Por mucho cine que uno haya visto a lo largo de su vida, es inevitable que se escapen algunos clásicos que hasta ahora permanecían ocultos en la vasta cinematografía que aún quedan por ver. Uno de ellos era ‘Serpico’, producida por Dino de Laurentis y dirigida por Sidney Lumet, donde Al Pacino, bestia de la interpretación en pleno proceso de moderación de un talento puesto a prueba de su propio histrionismo, da vida a un policía incorruptible, rodeado de la corrupción de unos compañeros que le hacen el vacío por el temor (consumado) de que pueda ser un soplón. Encerrado en su propia obstinación por la ley, Serpico se olvida de la vida, de las relaciones (incluido el desprecio a comprometerse con el amor de su vida), del tacto humano, de la confianza, de sí mismo… en una transformación moral y física que propone varias preguntas al espectador.
Hoy en día la película ha quedado un poco anticuada, sí. Sin embargo, Lumet traza con minuciosidad una decadencia parsimoniosa en la estructura de complejidad fiel a un estilo y al propio personaje. El mundo sin valores y carente de justicia parece que no sólo pertenece al día de hoy. Ya en los 70, ‘Serpico’ restaba heroicidad al cuerpo policíaco y ponía en duda las redes de intereses y corrupción que anidan, difiriendo en escalas y gravedad, en cualquier comisaría del mundo. De paso, el realizador de ‘Tarde de perros’, cinta la que ‘Serpico’ comparte ideología e intenciones, compone un fresco social que de una dimensión estética e integral a ese cosmos de una década marcada por el ‘hippismo’, las drogas, el amor libre y la imprevisión. Tal vez un retrato imposible sobre alguien entregado a hacer bien su trabajo. Un posicionamiento que fantasea con esa improbable faceta de las fuerzas del orden público sin olvidarse, eso sí, de alertar acerca de los altos mandos que manipulan los hilos de la sociedad. Eso, antes y ahora, nunca cambiará.
Autor: Miguel Angel Refoyo (Refo)