SACROS RECUERDOS
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SACROS RECUERDOS

Llega el momento de relajarse un tanto (a cero). No encuentro mejor modo para alcanzar un vaciamiento mental momentáneo que apelar a ciertos recuerdos recientes que todavía resuenan en mi interior aproximándome a una renovada experiencia musical.

11 may 2007

Llega el momento de relajarse un tanto (a cero). No encuentro mejor modo para alcanzar un vaciamiento mental momentáneo que apelar a ciertos recuerdos recientes que todavía resuenan en mi interior aproximándome a una renovada experiencia musical. Abro mi mente y mi espíritu a una obra muy especial, en cuyo haber me consta ya acumula centenares de cultores, que no es otra que la enigmática "Música Callada" del maestro español Federico Mompou, inspirada en la obra del enorme escritor y místico San Juan de la Cruz en lo que sin duda se constituye en una de las más grandes cimas alcanzadas por la pianística hispánica (recientemente ha sido editada por el sello Harmonia Mundi con Javier Perianes al piano). Mi versión en cambio es del propio Mompou tocando todas sus composiciones, o lo que es lo mismo, los cuatro libros de una obra maestra cuyo título aparece extraído de unos versos del referido literato y que muy bien trae a colación el comentarista Joaquim Zuera Navarro en su excelente comentario sobre el arte del compositor e instrumentista catalán:
 
"La noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora."
 
En ese mismo artículo, que podéis consultar pinchando en el enlace que os aparece al final de esta entrega (*), quedan reflejadas las palabras de Mompou en su discurso de recepción en la Academia de Bellas Artes de san Jorge, y que nos sirven para aclarar mucho el significado de tan extraordinaria emanación del espíritu: "Esta música es callada porque su audición es interna. Contención y reserva. Su emoción es secreta y solamente toma forma sonora en sus resonancias bajo la bóveda fría de nuestra soledad, penetrando en las grandes profundidades de nuestra alma". Exacta aproximación del maestro al misterio que habita dentro de esas paradójicas (siempre efímeras y eternas al mismo tiempo) notas que fluctúan sin descanso entre la fluencia del deseo y la estasis de la iluminación cegadora.
 
En otra conversación con Xavier Montsalvatge comenta Mompou a propósito de la misma obra: "Esta música, más que una expresión da un ambiente expresivo (la cursiva es mía), aunque en el fondo está la marca del estado de ánimo de manera un tanto abstracta". Y yo me hago las siguientes preguntas: ¿Nos hablará tal vez de un espacio anímico cuyas coordenadas de interconexión de sentido son los sentimientos generados a través de la propia escucha? ¿Existirá tal vez algo así como un esquema abstracto capaz de mapear la profundidad abisal de un sonido, que nace de las mismas entrañas de la perplejidad frente a la realidad del Absoluto?
Avancemos un punto más. El filósofo francés Vladimir Jankélévitch -qué ganas tengo de leer su libro de 1983 titulado "La presencia lejana: Albéniz, Séverac, Mompou"- considera sobre el particular que "sigue un itinerario de despojamiento y desnudez. Aquí se oyen las campanas seráficas, allá las quintas y cuartas místicas resuenan como una oración, en otros números la nota obstinada repica monótona, insistente, lejana, con sonoridades metálicas, graves y vehementes. Mediante una progresión suave y persuasiva de la armonía, y sin dejar nunca que se pierda el hilo dorado del trazado melódico, Mompou habitúa poco a poco al oído a disonancias lastimeras, a ritmos vacilantes, a cadencias de nostalgia penetrante". Yo digo además que el maestro busca una nítida y en cierto modo transparente patencia sentimental mediante el uso planificado de un lenguaje musical que huye deliberadamente de cualquier referencia a categorías musicales preestablecidas. ¿Experimento asombro, tristeza, nostalgia, desesperación, alegría, bien por separado o todo al mismo tiempo y dentro de un instante de llameante fugacidad? ¿Cómo poner en lisa un asunto tan arduo y complejo? ¿Son estas cenizas que percibo dentro de mi cabeza susceptibles de ser aventadas con la bielda espiritual que me otorga momentáneamente su disfrute, pudiendo separar así el grano de la razón de la paja de la superstición menos teológica?
 
Estoy convencido de que las notas musicales pueden acabar formando una tupida red sobre el alma del oyente a través de un diálogo interminable con lo más sustancial del corazón humano. El sonido se transforma en un acontecimiento singular en relación significativa con otros sonidos hasta llegar a transformarse en una situación sonora desde la que irradiar sentido a todo el complejo entramado melódico, hacia atrás y hacia delante, o mejor dicho, hacia el centro mismo de una Eternidad que ha cabalgado durante un breve instante sobre los lomos de un Tiempo efímero, convirtiéndolo en Norma universal para todo el mundo, en ese preciso instante que pasa a la par que se produce. ¿No es algo verdaderamente enigmático esto? Las hilazones-ilaciones son muy numerosas, múltiples, divergentes, posiblemente infinitas. Las piezas recortadas y ensambladas al modo de las teselas de un indescifrable mosaico generado a partir de una Inteligencia tan perturbadora como sublime, evitando los innecesarios coturnos de lo intrascendente, elaborando siempre pura emoción en mano e inquebrantable voluntad en ristre.
¿Acaso no soy capaz también de detectar las posibles analogías de esto que propongo con algunas otras singularidades más importantes aún y a las que de alguna manera mimetiza en otro registro? Una música como la de Mompou me hace experimentar una momentánea anulación de fronteras entre objetividad y subjetividad, entre exterior e interior, entre antes y después, para ir introduciéndome poco a poco en una nueva dimensión donde una nueva realidad resultante asumiría, integrándola, una conflictividad situada básicamente en el terreno representacional. Pero hemos de tener mucho cuidado de no caer en vanas complacencias mitigadoras de una tensión real. Si el Arte en cualquiera de sus manifestaciones cae en esa trampa entonces deja de serlo para convertirse en una solución dialéctica provisional que no perdurará en el tiempo. Pero si es capaz de ofrecer una alternativa integradora de no fácil acceso y comprensión pero evidente en su apreciación por el espíritu, entonces nos arrastra sin compasión al nada complaciente terreno del conocimiento y la verdad. Mompou se sitúa precisamente ahí, en esa encrucijada, en esa solución que es nuevo problema, en esa iluminación que ciega, en esa hambre incolmable, en esa salvación irredenta, en ese abismo cuyo fondo sólo se vislumbra como terrible.
 
Mi breve y profundamente irrelevante disertación acerca de las bondades de una música olvidada por muchos pero no por ello menos eterna, tiene la potencia añadida de disparar también algunos recuerdos íntimamente relacionados con el universo sonoro, para ser más exacto: Infinitas reminiscencias sacras apegadas a mi corazón, y renovadas desde la última y ya concluida celebración del pasado Festival Internacional de Música Sacra de nuestra bienhadada ciudad de Getafe (Mourinho, Benítez, Rijkaard, ¿por qué no os replanteáis de una vez por todas abandonar vuestros mastodónticos equipos y tomar las riendas de un efímero y llameante soplo futbolístico? ¿Será tal vez por la insoportable levedad del Ser?), se dan cita ahora mismo en mi mente para que puedan ser traspasadas con fidedigna dedicación al papel (me niego a calificarlo de electrónico aunque acabo de hacerlo).
 
Uno. Comienzo, pues, con la actuación de la COMPAÑÍA LÍRICA DE GETAFE el viernes 16 de febrero de 2007 en el teatro auditorio Federico García Lorca. Se trata de un conjunto formado por dos violines, una viola, un violonchelo y un piano, con la soprano Svetlana Bassova soprano, el barítono Claudio Malgesini y Javier Lassaletta como tenor.
El recital se compone de fragmentos de óperas de Bellini (Norma), Puccini (Tosca), Gounod (Fausto) y Verdi (Otello, Don Carlos y La fuerza del destino), así como de extractos de famosas zarzuelas tal que las de Sorozábal (La tabernera del puerto), J. Guerrero (La rosa del azafrán), F. M. Torroba (Luisa Fernanda), J. Guridi ( El caserío) y G. Jiménez (La tempranica). La velada resulta muy aceptable.
 
Dos. Prosigo con la actuación del tenor Gabriel Blanco acompañado al piano por Marta Pujol el viernes 2 de marzo de 2007 en el mismo escenario. Para la ilustre ocasión son convocados fragmentos de obras de A. Stradella con Pietá, Signore (aria da chiesa), Donizetti con Una lacrima (Preghiera), F.P. Tosti con Ridonami la calma (Ave María) y Alla mente confusa (Preghiera), Puccini con Gratias agimus (de la Misa de Gloria), F. Mompou con Cantar del alma, E. Toldra con Divendres Sant (Viernes Santo), J. Turina con Semana Santa (De Canto a Sevilla) y Saeta en forma de Salve a la Virgen de la Esperanza, Gounod con Sanctus (de la Misa de Santa Cecilia) y G. Bizet con Agnus Dei. Buen cuerpo deja esto, sí señor.
 
Tres. Aumenta la temperatura musical de mis recuerdos ya que en medio del festival de Getafe recibimos entusiasmados la visita solapada de un conjunto sencillamente genial. Se trata de la enorme actuación del grupo musical Speculum en la maravillosamente remozada Catedral Santa María Magdalena (gran protagonista por cierto de las retransmisiones televisivas de la pasada Semana Santa) de la ilustre (¿otra vez?) ciudad de Getafe el domingo 11 de marzo de 2007, cuyo liderazgo (el del grupo musical se entiende) corre a cargo del excepcional flautista y director Ernesto Schmied, contando con la inmejorable compañía de unos músicos talentosos y portentosos: Alfredo Barrales y Rami Alqhai extrayendo sugerentes sonidos de la vihuela de arco (instrumento renacentista por excelencia), Juan Carlos de Mulder en la vihuela de mano (cuerda), y David Mayoral encargado de la percusión. El concierto lleva el sugerente título de "Il grant desio e la dolce esperanza. Lo divino y lo humano." En otras palabras: La "Misa ayo visto lo mapamundi" del compositor español Johannes Cornago (1455-1485), recogida en el Códice de Trento 88 y presente en el Cancionero Escorial IV.a.24 (siglo XV), manuscrito éste de probable origen Napolitano y aparecido en El Escorial como parte del legado de Don Diego Hurtado de Mendoza.
 
El nombre de la misa proviene de la siguiente letra: ""Ayo visto lo mappa mundi et la carta de navigare ma chi me pare la piu bella de questo mondo" (He visto el mapa de la tierra y la carta marino y encuentro que los dos son los dos objetos más bellos que he visto en el mundo).
Se trataba como ya he apuntado de otro festival, en este caso el de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid, y celebramos a tiro pasado que ambos eventos se haya entrecruzado prodigiosamente en nuestra afamada capital del Sur.
 
Cuatro. Es turno ahora de la actuación de la Escolanía del Monasterio de El Escorial en la mayestática Catedral de Getafe el viernes 16 de marzo de 2007, institución ésta refundada por los religiosos Agustinos en 1974, tras su anterior refundación a cargo de Antonio María Claret (capellán de la reina Isabel II) y su ulterior desaparición.
Consta de un grupo de 43 niños, de edades que van de los 9 a los 14 años. Al piano el joven genio Javier Martínez Carmena y dirigiendo el joven pero muy experimentado Gustavo Sánchez, cuya composición "Pie Jesu" también fue interpretada junto con los Introitos de José Zárate (presente y ovacionado en el concierto) como estreno absoluto.
Un concierto memorable ya que en su mayor parte estuvo dedicado a explorar creaciones sacras españolas del siglo XX y XXI. Sirva este desglose como botón de muestra:
Aver verum, KV 618 de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)
Tre cori religiosi (La Fede, La Speranza, La Carita) de Gioacchino Rossini (1792-1868)
O salutaris de Dámaso Ledesma (1866-1928)
Señor no soy digno de Juan Francisco Agüeras (1886-1936)
Sancte Pater de Samuel Rubio (1928-1986)
Christus factus est de Ruperto Iruarrízaga (1875-1942)
Peccantem me quotidie y Adorantes de Martín de Gorostidi (1913-1988)
O sacrum convivium de Olivier Messiaen (1908-1992)
Litanies à la Virge Noire de Francis Poulenc (1899-1963)
O sacrum convivium de Johana Chacín (1975)
Laetare Jerusalem de Ignacio Cabello (1963)
Popule meus de Javi Busto (1949)
Introitos (In nomine tuo y Deus fortitudino plebis suae) de José Zárate (1972)
Pie Jesu de Gustavo Sánchez (1969)
Te suma dei Trinitas de Alberto Padrón (1985)
Gloria (de la Missa Brevis) de Benjamin Britten (1913-1976)
 
Cinco. Mi penúltimo recuerdo llegua con la actuación del Coro de Cámara Alonso Lobo, fundado en 1985 y especializado en la polifonía del Renacimiento español, también en el teatro auditorio Federico García Lorca para interpretar el "Officium Defunctorum" del maestro Tomás Luis de Victoria (1548-1611), que fue la última obra del compositor editada en 1605. Una interpretación más que notable, con un comienzo algo titubeante pero reafirmado a los pocos segundos, para ir envolviendo a los escasos y privilegiados espectadores en una trascendencia vocal difícil de olvidar.
Partes de este maravilloso oficio de difuntos:
Introitus: Requiem aeternam.
Kyrie.
Graduale: Requiem aeternam.
Offertorium: Domine Jesu Christe.
Sanctus & Benedictus.
Agnus Dei.
Communio: Lux aeterna.
Motecta: Versa est in luctum.
Responsorium: Libera me in Domine.
Lectio II: Taedet animam meam.
 
Seis y nada mais. Y cerrando festival, espectáculo y entrega cultureta concluimos con la actuación de la siempre esforzada y muy loable Coral Polifónica de Getafe bajo la dirección del siempre entusiasta José Ramón Martínez Reyero en la Catedral de Getafe Santa María Magdalena el día 14 de abril de 2007. La obra estrella es la Misa en honor de Santa Cecilia para coro mixto y órgano de Auguste Chérion (1854-1904). Al teclado un inspirado Carlos Díez Martín acompañando los cuatro momentos de la messe en l’honneur de Ste. Cécile: Kyrie, Gloria, Sanctus y Agnus Dei. Del repertorio restante destacan un Ave María de Anton Brückner, dos Coros del Oratorio de Navidad de C. Saint-Saens y el Hallelujah de Handel perteneciente a su monumental oratorio "El Mesías".
¿Alguien da más? El Rincón siempre os dará ese plus que os dejará igual o peor de lo que estabais, porque como reza la artística y minimalista frase: más es menos. Y es que parafraseando a uno de los mayores teólogos contemporáneos, von Balthasar, cabe decir que en el resultado se halla siempre el sentido, sí, pero también en esa dialéctica se pierde una preciosa potencialidad agotada hasta la muerte (del ladrillo).
 
Para los amantes de la alta crítica musical nada mejor que recomendar un libro recién editado donde se recogen artículos de Enrique Franco: Escritos Musicales, publicado por la Fundación Albéniz. Desgraciadamente no lo tengo en mi poder. Sobra deciros que el rincón admite donaciones solidarias de esta guisa, pudiendo añadir a la bolsa de peticiones el DVD (caso de existir) del Miserere de Hilarión Eslava.

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