Rage against The War Machine
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Rage against The War Machine

Una semana más contemplando el incierto rumbo que toman los acontecimientos internacionales. Asisto a la "magna manifestación contra la Guerra" desgarrado por la contradicción interna entre independencia de criterio y deber ético, no a la instrumentalización electoralista del conflicto ...

19 feb 2003


Una semana más contemplando el incierto rumbo que toman los acontecimientos internacionales. Asisto a la "magna manifestación contra la Guerra" desgarrado por la contradicción interna entre independencia de criterio y deber ético, no a la instrumentalización electoralista del conflicto y sí al freno de lo que, si nadie lo remedia, lleva camino de convertirse en nueva matanza de inocentes; al final prevalece el sentido de defensa del bien colectivo, reconciliación entre moral y ética, y me hallo en medio de cientos de miles de personas gritando al unísono "No a la Guerra". Nuestro aullido se deja sentir hasta el corazón de las tinieblas. El clamor popular electriza el ambiente, se eleva hasta el oscuro cielo de los poderosos como una justa imprecación contra su miseria moral. Reclamamos una palinodia gubernamental que ojalá llegue muy pronto. Somos Uno, con el inteligente, combativo y bondadoso Mauricio, la hermosa y batalladora Ester, la revolucionaria y audaz Sandrita y cerca de un millón de almas que dejan sentir su voz de protesta procedente de lo más hondo y sincero que anida en sus valientes corazones. Ya en Sol, periplo de las sombras a la luz, los cuatro intuimos la más que previsible logomaquia partidista finalizadora de la concentración y desaparecemos del lugar a toda prisa, sumergiéndonos en el veloz submundo de las sombras. Ha sido una experiencia memorable. La excitación ha disimulado la fatiga física, que al poco se toma cumplida venganza en mis doloridas articulaciones. Trato de reponerme con las Sonatas 4, 5 y 6 de Ludwig Van Beethoven, me dejo invadir por el deliquio que me provoca el concierto para dos violines en la menor de Antonio Vivaldi, salto y giro 180º para caer trastabillando sobre el parqué al ritmo desenfrenado que marca el Cyberpunk de Billy Idol, vuelvo a brincar tratando de extender linealmente las piernas (¡qué dolor!) con el Blow up your video de ACDC, y concluyo exhausto, fatigado de nuevo hasta lo más íntimo, con la suavidad delicada del Watermark de Enya. Algo más recuperado, no del todo, me dirijo con decisión hacia el juego medio del salón, muevo pieza, adelanto un pie, después el otro, mi rodilla se flexiona sin enviar órdenes conscientes, ahora es mi brazo el que se abalanza temblando hacia la luz parpadeante, un foco luminoso ocupa toda la consciencia, contemplo el índice aproximarse con movimientos retardados hacia la fuente de donde mana la cegadora claridad, a cámara lenta, presiono con fuerza, violentamente, ya es demasiado tarde para arrepentirse, PUSH it now:

Joe Schlesinger: Cowboy de medianoche. Extraordinaria aproximación al reverso oscuro del sueño americano en la piel de un pueblerino metido a gigoló ocasional, que será existencialmente masacrado por unas circunstancias anónimas y enajenantes, encargadas de revelarle la tenebrosa sordidez de un mundo habitado por la náusea. Flashbacks bien estructurados, una mezcla sofocante de atmósferas opresivas y las interpretaciones prodigiosas de John Voight y Dustin Hoffman conformarán un inolvidable descenso al infierno de la soledad humana. Obra Maestra.

Barry Cook y Tony Bancroft: Mulán. La magia Disney se crece en esta magnífica animación destinada a niños y adultos, puesto que asuntos tan relevantes como el sexismo, la igualdad de oportunidades, la valentía moral o la fidelidad a los lazos genealógicos son tratados con delicada suavidad, casi sin posarse sobre ellos, pero con la adecuada presencia narrativa como para hacerlos tangibles a lo largo de todo el metraje. Un espectáculo visual de corte clásico, con escenas trepidantes y las habituales composiciones musicales perfectamente integradas, que hará las delicias del infante que todos llevamos dentro. Buena.

Kinji Fumakasu: Battle Royale. ¿Podemos entender que a esta bazofia mercadotécnica le hayan otorgado algún premio o haya sido objeto de alguna mención especial por parte de algún jurado colocado? Difícilmente. Como también nos cuesta ver al gran Takeshi Kitano interpretando un irrisorio papel en una película destinada a paladares gruesos y adolescentes descerebrados, todos ellos metafóricamente reunidos en una isla que servirá de marco a una supuesta lección real, ridículamente sangrienta, sobre darwinismo social de aplicación práctica. Final sonrojante, vacuo, lamentable, para una producción cuyo único aliciente es proponer una idea que habría de ser incluida en la nueva ley de calidad de la enseñanza. Cursos completos integrados por jóvenes hordas primitivas, reunidos en ambientes naturales donde habrán de aprender los límites de su deseo a través de un macabro juego de supervivencia. ¿Quién firma la recomendación?

Martin Scorsese: La última tentación de Cristo. El maestro neoyorquino que tal vez muy pronto resulte definitivamente consagrado por la academia hollywoodiense, reconocimiento éste que de darse sería absolutamente merecido, nos regala una obra mayor con todos los ingredientes para convertirse en un filme de referencia. En cada nuevo visionado aparecen con más claridad matices y reflexiones sobre una figura central en la creación mitológica y sagrada ligada a Occidente, con claras conexiones orientalizantes en su doctrinario no adulterado por la manipulación paulina, Jesús, Dios revelado y encarnado en la figura de un hombre asediado por el temor, la culpa, el miedo, la ambigüedad moral y el odio, que poco a poco irá descubriendo los cambiantes planes del Padre, aceptando con resignación el camino marcado, su muerte redentora libremente asumida, para concluir con el enfrentamiento cara a cara con su última tentación: la de vivir, sentir, amar y comportarse como un ser humano más. Sin poner en cuestión la filiación divina del Cristo con el Creador, sí toma partido por la teoría adopcionista en una conveniente y sensata aproximación al misterio espiritual que supone todo acceso al círculo sagrado, como vía de conocimiento y comportamiento de rectitud moral, en un tiempo donde proliferaban como hongos profetas de toda ralea, instituciones religiosas vinculadas a privilegios políticos y un descontento popular manifestado en continuas revueltas de carácter hiperviolento. El reino de Dios está dentro de uno mismo. Hacha y amor, iluminación y comunismo primigenio, contradicciones implícitas en el reclamo de Jesús a una conciencia colectiva que no supo comprenderle hasta que Pablo, el fabulador, logró suavizar una doctrina originariamente revolucionaria. Corrobora la tesis del teólogo dominico E. Schillebeeckx, quien afirma que "El mismo Jesús no sólo revela a Dios sino que también lo oculta, ya que apareció entre nosotros en una humanidad no divina". Siempre estimulante. Muy Buena.

Vincent Ward: Más allá de los sueños. Razón tenía mi buen amigo Curro al no recomendarme este insufrible bodrio a mayor condena de un desdibujado Robin Williams en uno de los peores papeles que se le recuerdan. El enigma de la muerte y del más allá tratado con la frivolidad de un cuento bobalicón y pastelero, con más pringue que un recipiente de La Granja San Francisco, y unos diálogos supuestamente emotivos que provocan sonrojo de puro artificiosos y estúpidos. El romanticismo peor entendido en su vena más trivial y acaramelada sólo es mínimamente soportable gracias al profesional trabajo del director de fotografía Eduardo Serra ("El marido de la peluquera", "Las alas de la paloma" o "El protegido" entre otras), quien ofrece una factura visual realmente conseguida, y a la efímera presencia del siempre majestuoso Max Von Sydow, lo cual no impide que el filme caiga en picado hacia el infierno de la mediocridad. Annabella Sciorra termina suicidándose, consecuencia lógica de lo que estamos viendo. El desenlace nos hace llorar de puro patético y detenemos la reproducción con un alivio reconfortante. Una lamentable pesadilla.

William Wyler: Desengaño. Basada en la obra de Sinclair Lewis, trasladada al teatro previamente por Sydney Howard y con la fotografía de Rudolph Maté, el maestro Wyler construye un sentido y sólido melodrama acerca de la desintegración progresiva de un matrimonio norteamericano alto-burgués encarnado perfectamente por Walter Huston y Ruth Chatterton, cuyos mecanismos de unión sólo están basados en un modo de vida especulativo y frívolo, que se verá asaltado y finalmente derruido al entrar en contacto directo con nuevas influencias residentes en la vieja Europa. Mary Astor ejerce de elegante detonante del insight afectivo del marido, la iluminación extensible a la toma de consciencia sobre los insalubres mecanismos relacionales dentro de una clase social asfixiada por la tiranía del dinero, la falta de gusto, una cultura de supermercado y la imposibilidad de contacto humano real. No estoy haciendo crónica de mi lugar geográfico de trabajo (La Florida), pero podría ser acusado de ello y no poseer argumentos en mi defensa. Wyler, tan vigente como en los años 30. Buena.

Orson Welles: El cuarto mandamiento. Tras ese clásico que es "Ciudadano Kane", el genial realizador norteamericano (1915-1985) nos regala esta producción el año 1942 repleta de intuiciones narrativas y hallazgos cinematográficos, construyendo una abigarrado universo de luces y sombras, de marcado énfasis expresionista, en clara y oscura proyección de la interioridad de unos personajes asediados por vehementes pasiones incontrolables. De nuevo la cámara de Welles adopta ubicaciones imposibles, enmarcando perfiles, contornos, ángulos, miradas, comportamientos y experiencias donde se dan la mano, fusionándose con sutileza e inteligencia, la crónica de una inexorable decadencia familiar, la extinción de un modo de vida aristocrático, la aparición de la nueva mentalidad maquínica a principios del siglo XX, determinantes sentimientos edípicos y la tragedia redentora del amor. El tratamiento psicológico de los personajes es perfecto, apoyándose para ello en el excepcional trabajo de un atormentado Joseph Cotten (rival interpretativo de Orson en "El tercer hombre"), y en la grácil presencia de la bella Anne Baxter ("Yo confieso", "Los diez mandamientos"), sin olvidar el conseguido contrapunto emocional manifestado por un espíritu tan retorcido como el articulado por Tim Holt. Muy Buena.

Y ya os dejo una semana más, con las reflexiones "ergométricas" de J.A. Marina reverberando todavía en mis sinapsis y la inmortal obra de Stanislav Lem, Solaris, dispuesta a ofrecerme un viaje hacia los confines inescrutables del Universo. Nuestro uso racional de la inteligencia presenta limitaciones de comprensión que sólo pueden sortearse mediante saltos cualitativos de revelación, iluminaciones experienciales súbitas tan evidentes como un amanecer al borde del negro abismo representado por la extinción vital. Mis pensamientos viajan hacia los sueños de paz, de armonía, de razón dialógica, de entendimiento coherente, y algo de ese Absoluto me comunica su permanente presencia en todo y en todos, animando con su hálito formal la materialización de las miserias y las grandezas humanas. Hace más de 17.000 millones de años comenzó nuestra particular odisea. ¿Hacia qué lugar espacio-temporal nos dirigimos? ¿Qué misterio insondable nos espera más allá de nuestro efímero viaje terrenal? En cualquier caso, vayamos donde vayamos, NO A LA BARBARIE, aquí, allí y acullá.

P.D.: Enhorabuena a esos grandes maestros que continúan haciendo historia: Pedro Almodóvar, Michael Winterbottom, Zhang Yimou. Muy grandes.

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