Espectro-Grafías
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Espectro-Grafías

Proyecciones espectrales sobre escrituras imaginarias.

14 oct 2008

"De futuros espectros nosotros somos la triste opacidad".

[Stéphane Mallarmé]

 

A veces uno puede construir el espacio desde el movimiento físico mediante un cambio sustancial de perspectiva. Es lo que suelen hacer ciertos escultores contemporáneos diluyendo la obra en flujo psicológico de percepción respecto al bloque que presentan al visitante. Ya estamos hartos de tanto lenguaje inútil, vacuo, palabrería encadenada, bla, bla, bla. Pero ¿acaso no es esto otra forma de hacer literatura? ¿Acaso la literatura, la verdadera, no consiste en inventar universos alternativos a través del lenguaje y los múltiples fantasmas que no deja de invocar una y otra vez? Historias que se repiten, que retornan desde un ayer que siempre es hoy y que también es mañana, que vuelven desde los mismos intersticios de la superficie de pronunciación por anunciación. ¿De qué? De la posibilidad imaginaria de restablecer la continuidad perdida del discurso consciente, la quimera de que el Otro nos dará definitivamente un sentido a lo que somos y lo que (Le) decimos. Falsa esperanza esta. ¿Por qué nos interesan estas fruslerías? Manes de un de un paisaje (siempre territorio construido y percibido) extremadamente polarizado que abusan de un discurso pesado y ripioso al manifestarse en lapsus (in)convenientes. Es hora de ambientar estos comentarios con música potente y nada mejor que el concierto memorable de Robben Ford & The Blue Line en Baden. Esto me sirve de contraste a la vez que inspiración invocadora de esos espectros que con suerte, de vez en cuando, podemos ver proyectados en pantallas oscuras, en las sombras materializadas de nuestros más recónditos sueños, como obras de arte.

Uno. Mirando al Espectro del Arte.

En una película tan poco destacable como sin duda lo es la dirigida por Michael Lessac, "El secreto de Sally", del año 1993 y contando con Tommy Lee Jones y Kathleen Turner en sus papeles protagonistas, encontramos no obstante una teoría del arte que apunta a corroborar lo sostenido por un crítico tan reputado como Francisco Calvo Serraller. La película, lejos de desarrollar con acierto un planteamiento a priori bastante interesante, se pierde en una confusa especulación incapaz de otorgar coherencia a una trama donde realidad y deseo parecen ser los auténticos protagonistas del desaguisado. El trauma psicológico marcado por la muerte del padre convierte a la niña protagonista en un ser autista que se refugia en su vida interior como forma de acceso onírico al lugar donde presumiblemente habita su progenitor. Todo es confuso y está mal relacionado, el guión se hunde allí donde debería fundamentar los pilares interpretativos de una historia que se debate con lamentable patetismo entre el irrisorio suspense psicológico y una insoportable blandenguería melodramática. Pero a pesar de todo esto, y de que todo es absolutamente cierto y comprobable por cualquier espectador que desee hacer el visionado de la cinta, hay un momento en que el relato (creo que más por azar que por decisión deliberada)  explora mínimamente el vector creativo de la niña como la línea a seguir para su recuperación terapéutica, y lo hace con el acierto de poner en boca del personaje encarnado por Tommy Lee Jones (siempre grande, haga lo que haga) una disquisición sobre el concepto de "progreso" que da de lleno en la diana y obtiene la máxima puntuación para canjear por el premio de la curación: El progreso supone dar un paso adelante y dos atrás. Exacto. Ese es precisamente el avance implícito en todo arte de verdad, es decir, en el Arte. Según Calvo Serraller lo propio de la experiencia artística es avanzar retrocediendo, o dicho de otra forma, actualizando continuamente los orígenes. Lo curioso es que en medio de una película completamente insustancial y olvidable tenga lugar el milagro de una intuición sabia y precisa. Son las cosas de la casualidad. El Arte ha de lidiar con oscuros mitos olvidados, con espíritus.

Dos. Mirando al Espectro del Espíritu.

Veo una vez más la enorme, negra, pesimista, lúcida, absorbente y cruda "Madre Juana de los Ángeles" del cineasta polaco Jerzy Kawalerowicz, premio Especial del Jurado en la edición de Cannes del año 1961, el mismo en que "Viridiana" del gran Luis Buñuel se hacía con la Palma de Oro. Nos encontramos en pleno siglo XVII, situados en el documentado caso de los demonios de Loudun, donde tuvo lugar una posesión colectiva de las ursulinas de su convento en el año 1631, cuya abadesa era Jeanne Belcier, que en la vida real acabó convertida en una especie de santa rescatada de las garras del diablo. Así que la situación de partida es la siguiente: Un sacerdote jesuita atormentado por sus propios fantasmas, el padre Jean-Joseph Surin, se enfrentará a esta posesión colectiva dentro de un monasterio habitado por monjas entregadas a la plena concupiscencia de la carne y del espíritu. El clérigo exorcista luchará contra sus propios demonios interiores y se verá arrastrado hacia un destino ciego y sepulcral, más negro que el insondable abismo que sustenta su aciago deseo. Los caminos de Dios son tortuosos e inescrutables, y a veces sólo se accede al verdadero Bien a través del conocimiento del Mal absoluto. De posible lectura política y por supuesto psicoanalítica, Kawalerowicz y su guionista, Tadeusz Konwicki, se interesaron por la versión novelada de Jaroslav Iwaszkiewicz, escrita en 1942 bajo la ocupación del nazismo, dejando de lado la desarrollada por Aldous Huxley en 1952 y llevada posteriormente a la pantalla grande por Ken Russell en el 71("Los demonios"). ¿Cómo interpretar de una sola tacada el mensaje contenido en una cinta tan compleja y pol(is)émica como ésta? El propio director viene a nuestro rescate confesando que "es una película contra los dogmas de todo tipo. Ese sería su sentido universal, al que se llega a través de dos personas cuyas creencias no les permiten amarse. Hablan constantemente de amor, e incluso predican el amor a Dios y a los demás, pero no pueden amarse entre sí".

También en el excelente liberto preparado por Sergi Sánchez para la edición en DVD de la película, el crítico cinematográfico establece una magnífica serie de reflexiones acerca de sus múltiples e inagotables sentidos de la historia, entre las que me gustaría destacar estas dos:

"Kawalerowicz intenta contarnos que, si sacrificamos el cuerpo en beneficio del espíritu, acabaremos prisioneros de la carne. Toda limitación de la libertad terminará por estrangular al deseo, lo que nos conducirá a la locura y el crimen. La represión es una forma de violencia que engendra violencia".

"El pesimismo de Kawalerowicz es intenso, visionario: no hay sacrificio que pueda liberarnos del error y de la muerte. Al final, las campanas siguen repicando, aunque el sacrificio cometido por el padre Surin no ha servido para nada. No hay milagro, no hay redención".

De esto último me temo que nadie puede estar completamente seguro. Las últimas imágenes del filme resultan extremadamente ambiguas a este respecto. El Amor tiende hacia el sacrificio.

Tres. Mirando al Espectro del Amor.

Me interesa sobremanera la arrebatadora y radical película española dirigida por Jorge Grau e interpretada con impecable credibilidad por Analía Gadé. "Cartas de amor de una monja" está libremente inspirada en las epístolas supuestamente redactadas por la novicia portuguesa Mariana Alcoforado en la segunda mitad del siglo XVII. Si en la realidad de los hechos parece ser que la monja cayó perdidamente enamorada de un señor militar, en el filme de Grau es la madre superiora de un convento de Carmelitas, Mariana de la Cruz, quien se enamora de su confesor y comienza a experimentar por ese amor prohibido una inclinación obsesiva y desesperada. En algunos momentos del metraje la propuesta resulta extremadamente subversiva, radical (no en vano fue ésta una de las películas más polémicas durante el año de su estreno en 1978), y tal vez por ello, asustado Grau por algunas de sus implicaciones más provocadoras y que aparecen con saludable explicitud en momentos muy reseñables, trata al final de lanzar una interpretación que pueda suavizar en alguna medida todas las ampollas previamente levantadas. Pero he ahí lo más interesante del filme y que deseo resaltar de un modo particular y específico para que me ayude a ilustrar la siguiente tesis: que precisamente en la adjudicación de un sentido contrario al obtenido de las últimas palabras de la difunta tanto como de la corriente subversiva propulsada por la propia dinámica de los acontecimientos narrados, obtenemos en cambio la más precisa confirmación de que ese era el objetivo primordial de la historia: desmembrar un orden de creencias hipócrita y asfixiante para hacerlo desembocar en una justificación racionalizadora que viene a reforzar la misma emboscada carcelaria del deseo, demostrando así la profunda injusticia moral en que se basta todo ese perverso tinglado institucional, religioso y moral. Mariana es asesinada al resistirse a la violencia del criado que conoce el secreto de su amor prohibido y amenaza con hacerlo público. Ese hombre de apariencia primitiva y salvaje culmina su asalto con el asesinato brutal de la monja, horadando su sexo con una navaja, afilado y criminal significante del Falo en este claustrofóbico escenario. Mariana, agonizando ya en su lecho de muerte donde recibirá la visita de su amante, que ha decidido enterrar sus sentimientos con la mira puesta en su carrera eclesiástica, le conmina antes de expirar a no mentir, a no mentirse más. El acto del sacerdote será quemar las cartas de Mariana sin leerlas y pedir la beatificación de la religiosa, oficiando la misa de difuntos mientras la cinta se cierra con un breve texto sobre pantalla que viene a significar la conducta del prelado como un acto de verdadero amor encubierto, es decir, la respuesta lógica a las cartas de amor convertidas ya en polvo y humo, en ceniza, puro símbolo de la aniquilación de la memoria sin huella o de la inexistente huella de un puro vacío. Es ahí precisamente donde la operación de aniquilación y desmentida fracasa. La violencia ejercida contra la radicalidad transgresora del deseo tiende a por un lado la destrucción de un placer sensual desconocido y no integrable en códigos de economía sexual masculina (el Falo convertido en instrumento destructivo y único referente del goce), y por otro a la reparación del asesinato mediante la anulación a posteriori de toda posibilidad de goce, donando una santidad virginal posmortem. Pero ambas estrategias se asientan sobre la imposibilidad misma de cerrar el círculo del sentido sobre un deseo que presentifica con su existencia (y su insistencia) la falla estructural del lazo. La lectura ortodoxa sucumbe a su propia intención hermenéutica y convierte en grotesco y patético el supuesto acto de integración reparadora lanzado sobre un deseo que se atrevió a cuestionar los pilares axiológicos y axiomáticos de la doctrina. El Dogma se nos aparece entonces como una intrincada y distorsionada imagen de lo irrepresentable, la realidad. 

Cuatro. Mirando al espectro de la Realidad.

Oscar Hernández, intuitivo y sensible como siempre, con un aspecto inmejorable, lleno de interesantes proyectos y buceando sin descanso en las procelosas profundidades de los misteriosos océanos del sonido, y este vuestro humilde servidor cultureta emprenden un rápido recorrido por la exposición dedicada al fotógrafo Axel Hütte (En territorio extraño) en la Fundación Telefónica sita en la Gran Vía madrileña. Hay unas cuentas fotos que logran atrapar la mirada hasta hacerla entrar dentro de un universo natural abigarrado y amenazante. Y en otras es como si la propia pulsión escópica que nos anima fuera reflejada por la superficie translúcida interpuesta por el artista, lo cual es no decir mucho, más bien poco. Nos retorcemos contemplando el imposible punto de vista adoptado por el fotógrafo y finalmente desistimos de una visión coherente. Nuestra visión está construida desde múltiples presupuestos inconscientes. No hay nada natural en el ser humano, y lo menos natural es su mirada. El lenguaje nos conmina a emitir sonidos que parecen cerrar el universo durante un breve instante de lucidez. Por un instante el hombre se creyó en posesión del sentido completo que anima la realidad y decidió fijar sus ideas en oscuros tratados metafísicos. La maleza retratada por Hütte evocando la exploración del Nuevo Mundo remite a esa jungla impenetrable del significante. Sólo palabras multiplicadas por millones de otras palabras creciendo incontrolables en la espesura de una selva que absorbe la Luz. ¿Es posible decir lo real o lo real se produce en el mismo proceso de su decir? Tenemos hambre, vamos a comer.

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#1

una mirada fugaz

tarado el 3 feb 2010
Lo dicho. Más cine experimental y menos lugares trillados.


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