EscribiéndoTE (II)
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EscribiéndoTE (II)

Segundas introspecciones de una segunda persona.

19 ene 2009

Te desvaneces en pensamientos que parecen no salidos de ti, que no te conducen a ninguna parte. Tratas inútilmente de fijarlos en tu mente y ellos se empeñan en alzar el vuelo hasta perderse en un horizonte de ausencias. Aun así recoges algunos retazos y tratas de plasmar su espíritu en arrugadas hojas de papel pintarrajeadas de colores. Te gusta hacerlo, no persigues ninguna finalidad objetiva, simplemente hacerlo, hasta hay momentos en que te resulta sumamente esclarecedor para comprender determinados asuntos internos (esto te suena a investigación policial) e incluso, por qué no decirlo, terapéutico. Un divertimento sin mayor trascendencia, un personaje más de los muchos que te has ido construyendo a lo largo de la vida, dentro de un universo que hasta hoy has tratado de abarcar con herramientas que no eran las tuyas, quizá por excesivo temor o complacencia. Respecto a la literatura, filosofía, arte y cine sólo has tenido que seguir tu tendencia natural para continuar cultivando esas aficiones. Es cierto que para ti siempre constituyó un ir contracorriente respecto al contexto circundante más inmediato, y tal vez por eso lo consideres un tesoro muy valioso y trates de narrarlo a tu manera compartiendo algunas obsesiones particulares. Piensas en el cine. Has indagado con verdadero interés en las obras de Tarkovski, Oliveira, Egoyan, Lynch, Bergman, Dreyer y muchos otros ilusionistas tratando de encontrar ahí, en el núcleo duro de sus creaciones imaginarias, las suculentas y esenciales verdades acerca del espíritu humano. A lo largo de todos estos años sí has aprehendido (qué palabra tan apropiada, te gusta porque sugiere aprender atravesando una superficie uniforme) dos cosas: Una, que el futuro es muy a menudo sólo una variación del pasado y, dos, que lo que alcanzamos a reconocer como verdadero siempre, siempre tiene la forma de una historia, de una narración, de una ficción. Así que de alguna manera siempre avanzamos hacia atrás, sin dejar de elaborar y reelaborar todo nuestro pasado, y que la verdad también es una gran mentira, que es en realidad lo mismo. Estás convencido de que el cine ayuda a entender mejor la realidad y a nosotros mismos porque la verdad que presenta no es científica sino narrativa, historizada. Persiguiendo esas metas ilusorias huyes deliberadamente de las propuestas más convencionales y topas con el no menos tópico succés d´estime que también acaba nutriendo los márgenes más reglados. También notas que hay algo extraño mientras escribes estas frases sin color. Percibes el lenguaje persiguiéndose a sí mismo en bucles sin fin, replicando su sentido o trayendo algo semejante que fue generado en otro contexto. La sensación es la de estar frente a un abismo que te llama, una estructura absorbente que te narra lo que tú ya has narrado alguna vez, una auténtica mise en abyme donde el espejo se ha hecho añicos y no sabes muy bien en qué lado te encuentras o cuáles son los reflejos que habitas. ¿Quién llevará tu maldito affidávit al tribunal de las Maravillas? En ocasiones es como hundirte en un sueño sin sueños, blanco y pesado del que te despiertas con la sensación de no entrar de nuevo en la vigilia sino de prolongar esa agonía lechosa. Más que la mariposa de Chuang Tzu parece estar soñándote otro escarabajo. Abres los ojos y ves que nadie puede escapar de las casualidades convertidas en necesidad, eres consciente de que siempre has sido y serás el destinatario de una carta que te convierte precisamente en eso, en su destinatario cuando completa su destino entre tus dedos trémulos. Tratas inútilmente de recordar unas palabras pronunciadas por el filósofo y pensador argentino Óscar Terán según las cuales "no siempre se puede pensar lo que uno quiere pensar", y entonces te sientes apenado al leerlas y sabes que algo malo ha ocurrido y buscas información y lees que ha fallecido recientemente a la edad de 70 años y tampoco aciertas a explicarte por qué extrañas razones o conexiones una cosa te llevó a enterarte de la otra. Pero su aseveración es cierta, te gustaría abarcar todo con el pensamiento y sabes que existen límites por los cuales tú jamás podrás pensar determinados conceptos por la propia imposibilidad epistemológica de hacerlo. Escribir como ahora lo haces no deja de suponer echar más tierra en la sepultura del entendimiento. Lo que importa es la emoción, el sentimiento, eso que algunos llaman vida y que se nos escapa mientras hacemos como que vivimos. Pero ese universo lo perdimos para siempre cuando hace mucho tiempo nos constituimos en humanos a través del lenguaje. Cierras los ojos y dejas caer tu cabeza sobre tus palmas abiertas, que la sostienen como un pesado fardo cargado de herramientas inútiles, mostrencos bienes que algún día cambiarán de dueño. Tus ideas se desprenden de su materia verbal cual inservible bagazo que se desecha, y tus sueños se escurren de tu consciencia y penetran en el cuerpo como linfa envenenada. Cualquiera puede hacer un delirio con pruebas inexistentes mediante la credulidad interesada. Piensas ahora en Othello y en el monstruo de los celos alimentándose de su propia carne, creciendo deforme con los pútridos residuos que nacen de la suspicacia y la propia inseguridad. Yago sólo pone en marcha un mecanismo que esperaba ansioso a ser activado para lograr su funesto propósito de muerte. A veces la mejor forma de preservar el amor del paso del tiempo es aniquilarlo a tiempo, y sólo cree el que de verdad quiere creer. Yago guarda silencio al final porque todo está dicho, sobran las explicaciones, es redundante explicar ciertos odios de la misma manera que divinizar a los ángeles. Ves ahora, en la pantalla de tus sueños, como si estuviera sucediendo otra vez, aquella escena cuyo desenlace tanta angustia te produjo de una forma retrospectiva. Marcabas el número fatídico y nadie descolgaba el teléfono al otro lado, el otro lado estaba vacío o estaba llenándose con una infamia inimaginable que aun ahora te resistes a pensar. Pero la fantasía siempre es más fuerte que la razón y acaba imponiendo su lógica delirante para convencerte de que aquello que imaginaste efectivamente fue real. Aquello sucedió dentro de tu mente, al otro lado, y nadie te convencerá de que la verdad de tu universo no reside exclusivamente en ti. ¿Acaso Paul Auster no tomó la firme decisión de convertirse en escritor cuando fue plenamente consciente de que "el mundo está en mi cabeza", y que "mi cuerpo está en el mundo"? Al otro lado no escuchabas nada pero el silencio era más elocuente que su voz ascendiendo hacia la superficie de tu consciencia como un berbiquí taladrando tus oídos. En aquella orilla olvidada las olas morían lamiendo la arena del tiempo, tratando de borrar inútilmente unas huellas tenaces empeñadas en cifrar oscuros signos de locura. Sabes que tu interpretación fue correcta más allá de cualquier atisbo de duda y que aquella excusatio non petita certificó la necesaria accusatio manifesta en el fragor de una conversación que supiste encauzar hasta el punto fatídico de la verdad revelada. Todo fue dicho en aquel justo instante y tú callaste para siempre, alimentando en la oscuridad de tu alma una desconfianza que con el tiempo aniquilaría el afecto. Tal vez siempre ocurra así. Tal vez no haya forma de escapar de esa maldita carta que siempre llega a su destino, a nuestro destino, una carta con tantos contenidos y destinatarios como infinitos instantes perdidos en el tiempo. Nadie respondió al otro lado de la línea hasta que recibiste el sobre lacrado, lo sopesaste, rasgaste su cierre y finalmente extrajiste el pliego doblado completamente en blanco. El mensaje lo pusiste tú.

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