De Navidad al trapisondismo laboral
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De Navidad al trapisondismo laboral

Vuelvo tras el parón navideño con aires renovados. Para eso he oreado mi mente aventando la malla codificadora que devora mis sinapsis silenciosamente, como un insidioso virus que se alimentase de mi propio espíritu. He vomitado If, Case, For con saña, provocándome dolor a voluntad, como una asquerosa ofrenda al dios de la información...

15 ene 2003


Vuelvo tras el parón navideño con aires renovados. Para eso he oreado mi mente aventando la malla codificadora que devora mis sinapsis silenciosamente, como un insidioso virus que se alimentase de mi propio espíritu. He vomitado If, Case, For con saña, provocándome dolor a voluntad, como una asquerosa ofrenda al dios de la información. Ese torrente de paquetes enlatados y crípticos no reduce la incertidumbre sino que la acreciente peligrosamente con cada transmisión efectuada. La sangre se agolpa en mi cabeza y restalla contras las cavidades más olvidadas. Me duele. He de infligirme una cura precipitada, musicoterapia de emergencia: Kronos Quartet con David Harrington y John Serba al violín, Hank Dutt en la viola y Joan Jeanrenaud acariciando el cello. Pero mi dolor va en aumento, enciendo un pebete perfumado, me convierte por un instante en buhonero de fragmentos de vacío, para ti, y de pronto soy consciente de que la imaginación se ha disparado una vez más. Ella es mi dueña. Play:

Paul Weitz: American Pie. Jóvenes presuntamente barbianes, adolescentes con el encefalograma más plano que el de Álvarez Cascos cuya máxima preocupación vital es cómo, dónde, cuándo y con quién perderán su dichosa y norteamericana virginidad, aquejados para colmo de males de repentinos ataques de imbecilidad profunda. En un mundo pijo y sin problemas semejante premisa se convierte en una supuesta aventura tan banal, tan absurda, tan insípida y con tan poca gracia que uno sólo tiene dos opciones cuando está viendo tal desaguisado: o apagar el receptor o llorar movido por una compasión sin límites. Tales especímenes, que aquí han proliferando como un virus imparable, pueblan con su memez, con su insoportable e idiota nesciencia, las pantallas y el imaginario colectivo de una generación tan tonta e infantilizada que ni una lobotomía podría rescatarles de su permanente estado de estupidez alucinada. Qué pena dan. Peor que lamentable: real.

Oliver Parker: Un marido ideal. Adaptación fílmica de una obrita del gran Oscar Wilde que cuenta con interesantes bazas cualitativas al haber recogido adecuadamente el espíritu que animaba esa pluma (sin chiste): inteligencia, ironía refinada, sarcasmo agudo, ornamentación falsamente superficial. De todo ello se nutre Parker para apoyarse en el trabajo de unos actores muy inspirados (destacan especialmente Julianne Moore y Rupert Everett) y regalarnos una comedia de enredo sentimental donde se arremete con sarcástica ligereza contra los perfectos ideales cuando son esgrimidos como motores intemporales de conducta o de transformación social. La vida emerge en todo su imperfecto esplendor cuando también es posible la aceptación y el amor hacia toda la corrupción que inevitablemente encierra. Se ve con mucho agrado. Divierte, estimula y entretiene. Interesante.

Terence Davies: La casa de la alegría. Basada en la novela homónima de Edith Warton, este interesante realizador británico nos ofrece una auténtica joya fílmica pletórica de sensibilidad y recursos, un regalo para los sentidos, el corazón y la inteligencia. Si la puesta en escena es simplemente magistral, con un diseño artístico que deja sin respiración y un tratamiento de ambientes cuidado hasta el más mínimo detalle, no le va a la zaga el dispositivo narrativo empleado por Davies a la hora de desarrollar una historia de gran hondura psicológica y emocional, perfilando con sutileza las transformaciones íntimas en perfecta concomitancia con sucesos contextuales en una mutua y a veces perversa interdependencia. En Nueva York a comienzos del siglo XX los círculos de la alta sociedad, cuya masa gravitatoria atrae a nuevos ricos sin escrúpulos, constituyen un microcosmos de intereses comerciales, poderes encontrados, manipulaciones emocionales, pasiones encubiertas e hipocresía sin límites capaz de asfixiar cualquier atisbo de honestidad interior o emancipación liberadora, y esto especialmente acusado en el caso de la figura femenina. Una maravillosa Gillian Anderson compone una heroína romántica en su oscuro descenso hacia el infierno de la exclusión comunitaria cuando la protervia de la representación social y el teatro de máscaras que supone la presentación funcional de las personas en la vida relacional deciden salvaguardar sus intereses económicos y de clase, de poder y prestigio social, aniquilando la existencia de quien, habiendo deseado y rechazado al mismo tiempo esas reglas de manipulación, se atreve a cuestionar con su conducta, casi involuntariamente, la insoportable mentira anidada en ese engarbullado entramado reticular. Conmueve, emociona, exalta el corazón y hace aflorar toda clase de emociones mientras se encamina a un terrible y memorable desenlace. Una verdadera maravilla digna del mejor Ivory. Muy Buena.

Steven Spielberg: El mundo perdido. El rey Midas del espectro cinematográfico hollywoodiense es un realizador con ciertos recursos y buen acabado cuando la película en cuestión no presenta cierta complejidad conceptual o estructural, o lo que es lo mismo, si no es preciso ofrecer indagaciones emocionales o psicológicas o narrativas de gran envergadura, entonces el talento de Spielberg suele ofrecer buenos resultados. Sin embargo cuando de lo que se trata es de no sugerir moralinas fáciles, reduccionismos insoportablemente simplistas, sensiblería lacrimógena o dicotomías maniqueas porque la historia es demasiado compleja para requerir tal cosa ("I.A." ó "Salvar al soldado Ryan" son buenos ejemplos de ello), Spielberg inexorablemente decepciona a pesar de su, en ocasiones, encomiable esfuerzo. No es el caso que nos ocupa, porque aquí defrauda igualmente en un típico producto a la altura de su comercial talento. Sin originalidad, sin coherencia narrativa, el director se limita a soltar humanos en un entorno amenazante poblado de multitud de monstruos y a tratar de filmar sus correrías por tratar de salvar el pescuezo y no caer en las garras del temible Tiranosaurio (¿un ascendiente de Fraga tal vez?). Aburrida y tópica hasta decir basta, esta secuela de "Parque Jurásico" es muy inferior a su predecesora y no alcanza en ningún momento las expectativas creadas. Mala.

Ventura Pons: Amigo / Amado. La excelente obra de Pons nos ofrece en esta ocasión un extraordinario drama protagonizado por cinco personajes al borde del abismo. El film, basado en una obra de teatro, Testamento, del que ejerce también de guionista, Josep M. Jordá i Bernet, es un despiadado y desgarrador viaje hacia el fondo de unas vidas marcadas por circunstancias muy determinantes. Los cinco personajes confrontan sus emociones de un modo duro y descarnado, y esa lucha abierta, esa batalla sin tregua aniquila sus corazas dejando al descubierto sus verdaderos motivos, las auténticas causas de sus actos, al tiempo que les ofrece alternativas para reorientar el sentido de su futuro. El profesor homosexual de literatura medieval ofrece un testamento de salvación en un último gesto de desesperada generosidad. Es un regalo para el nihilista que vive bajo la sombra y amenaza del suicidio. Pero, ¿qué clase de ofrenda es esa? ¿Verdaderamente es un acto de esperanza para los desheredados de la tierra? A nosotros, emocionados espectadores, nos toca responder. También nosotros tendremos que enfrentar el dolor, la amargura, la intensidad de un amor no correspondido, la enfermedad de morir. La enorme y prodigiosa dirección de Pons (autor de las estimables Caricias y Actrices) nos implica, nos conmueve, nos lleva de la mano hacia la comprensión de unos personajes que desnudan el alma humana a través de la confesión mutua, multiplicada, y de la violencia verbal y, en ocasiones, física. Merece especial mención la actuación de Rosa Mª Sardà, una brillante actriz que en manos de Pons siempre saca lo mejor de sí misma. Muy Buena.

Vicente Aranda: La mirada del otro. Madurita con intenciones introspectivas se adentra en un camino de vicio desmesurado hacia el propio e infernal autodescubrimiento. La idea motriz está tan desvirtuada, tan mal puesta en acto cinematográfico, resulta tan vulgar su desarrollo y soez su articulación lingüística, que uno no puede resistir la tentación de soltar una sonora carcajada a la cara de semejante despropósito. Pretenciosa y banal, estúpida y superficial, vacua y arrogante, la cinta es un borrón inexplicable en la carrera de este interesante cineasta. Más que erótica, absolutamente errática. Para olvidar.

Richard Kelly: Donnie Darko. Sorprendente película con claros toques lynchianos y una trama alambicada y compleja atravesada por cuestionamientos filosófico-religiosos, probabilidades científicas, agujeros de gusano, viajes temporales retroprogresivos y crítica sociológica. Un pastel a priori muy difícil de cocinar que en absoluto defrauda, ofreciendo sabor excelente, cuidada textura, proporción adecuada y digestión satisfactoria. Todo un placer para los sentidos del gusto visual directamente conectados a los centros de la inteligencia. Muy interesante.

Y ya os dejo una vez más enfrentando la ardua tarea de ser, devanando el hilo de pensamiento alrededor del eje sin nombre de la existencia, fantaseando una realidad alternativa o simplemente en compañía de J.G. Ballard, Philip K. Dick, Michel Foucault o John R.Searle. Ellos te abrirán nuevos horizontes de grandeza con los que ni tan siquiera hayas soñado. El Cristo o el Buda o Krishna ya está de nuevo entre nosotros y otro año más comienza la cuenta atrás para su aniquilación total. Se consumará la tragedia día a día, expoliación a expoliación, tortura a tortura, vertido a vertido, agresión tras agresión, muerte tras vida. Pero aquí seguiremos porque sabemos que en el fondo no hay escapatoria, que no hay salida, que no hay nada, tan sólo una vida que prolongar en la memoria de otros para que pueda inventarse por fin la Salvación. ¿De qué?



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