FILMOLITOS (XXII)
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FILMOLITOS (XXII)

Diez Filmolitos más para tu cinéfago microdeleite

9 ene 2014

MAMÁ de Andrés Muschietti (2013)

Mamá, mamá, ¡¡tengo miedo!! Hijo, no tienes nada que temer. La película de Andrés Muschietti, avalada asimismo por Guillermo del Toro, no engaña a nadie porque realmente no propone nada nuevo, a pesar de que cierta parte de la crítica supuestamente especializada se haya encargado de publicitar lo contrario de forma harto sospechosa. La idea germinal acerca de la permanencia del fantasma por mor de la emoción ligada al trauma ya fue expuesta con mayor turbiedad y mejor acierto por el propio Guillermo del Toro en la muy superior “El espinazo del diablo”, y el resto es simplemente una dirección plagada de lugares comunes, efectos previsibles (con lo que obviamente dejan de serlo), y un guión ripioso que ahoga sus prometedoras intuiciones demasiado pronto, sin proporcionarles el necesario oxígeno narrativo como para haber permitido una deseable y fructífera respiración de la historia. El tramo final, entre penoso y sonrojante, confitado con ineficaz disimulo, corrobora el diagnóstico y nos exaspera un tanto. Mejor ver de nuevo “Y tu mamá también” de Alfonso Cuarón, amigo por cierto de Guillermo, que resultará a la postre bastante más inquietante que esta.

 

THE MASTER de Paul Thomas Anderson (2012)

Película hipnótica, fascinante, siempre a contracorriente, compleja, difícil, alejada de cualquier atisbo de pauta comercial, que habla sin decirlo explícitamente (aquí se llama “La Causa”) del creador de la Cienciología -secta a la que por cierto pertenece Tom Cruise-, y entre cuyos alicientes, muchísimos, cuenta además con una interpretación extrema y radical del gran Joaquin Phoenix. En cierto sentido Thomas Anderson podría ser considerado el Orson Welles de nuestros días, un visionario, un genio no del todo comprendido cuyas películas con el transcurso de los años tendrán la consideración de clásicos. Excepcional.

 

OLDBOY de Park Chan-wook (2003)

Estamos deseando que se estrene el "remake" que haya perpetrado Spike Lee, sobre todo porque tendremos oportunidad de darnos otra excusa para volver a disfrutar de la obra maestra del coreano Park Chan-wook, un viaje brutal y sin concesiones a lo más oscuro del corazón humano. Dura, turbia, poderosa, lírica, magistral. De culto, indudablemente, y ya por derecho, con todo merecimiento, un clásico contemporáneo.

 

NUEVOS REBELDES de Hugh Hudson (1989)

Es muy probable que dentro del subgénero o tendencia JDNT (jóvenes desadaptados con necesidad de tratamiento), este engendro sea de lo peor que se recuerda. Llena de tópicos insufribles, sin un ápice de complejidad, tensión, drama o, lo mínimo exigible, cierto interés respetuoso por los temas que aborda, da pena contemplar el agravio perpetrado contra la profesión de psicoterapeuta, abordada sin ningún rigor conceptual, y caricaturizada de forma lamentable en la piel del psiquiatra interpretado a duras penas por Donald Sutherland. El pipiolo protagonista, Adam Horovitz, imagino que ante tamaño despropósito decidió dedicarse al mundo de la música donde sí parece haber cosechado un cierto reconocimiento. Lo mejor de la cinta son los breves instantes en que suena “The Cure” tratando inútilmente de realzar el dramatismo de la escena; lo peor, evidentemente, todo lo restante, pues de esa vil canalla cinematográfica no se salva ni el “apuntaor”. Muy mala con claras opciones a ser incluso peor.

 

HOUSE OF CARDS (Serie de TV – Primera Temporada) (2013)

No me equivocaba en absoluto (ni en relativo) con la primera y gratísima impresión que me causaran, sin noticia previa alguna lo cual es siempre importante, los dos primeros capítulos de esta maravillosa, excepcional serie. Compleja, turbia, demoledora, dolorosa y nihilista, la serie del gran David Fincher no defrauda con las enormes expectativas creadas y nos ofrece un producto perfecto, sombrío, de un fulgor oscuro que traspasa la mente y el corazón para dejarnos exhaustos, meditabundos, con un recelo rayano en la angustia y la completa certeza de que la ambición y el poder corrompen de forma absoluta, inmisericorde, total. El elenco actoral sobresale en todos y cada uno de sus integrantes (impresionante Corey Stoll dando vida al congresista Peter Russo), pero especialmente destacable resulta ese conspicuo actor llamado Kevin Spacey, siempre magistral, al que adivino un sabio trasvase de las claves de su shakespeareano Ricardo III a este maquiavélico muñidor Frank Underwood que ya nos ha proporcionado momentos dramáticos de inquietante y acerada perfección. Grande, monumental este “Castillo de naipes” del que ya estamos deseando contemplar su segunda temporada. ¿Bajará el nivel? La primera es tan buena que será difícil mantenerlo, aunque no imposible. Y si no, como diría el tándem Hill & Spencer, nos enfadamos.

 

PAUL de Greg Mottola (2011)

Un alien estilo clásico hace su aparición y su único atractivo consiste en decir tacos durante todo el aburridísimo metraje. Eso sí, cuando cierto sentimentalismo insufrible susceptible de ser lingüísticamente maltratado hace acto de presencia, entonces incomprensiblemente el bicho guarda su estomagante facundia y se muestra tan lelo como sus insufribles acompañantes y perseguidores. Rutinaria, sin pizca de gracia excepto algún contadísimo apunte, esta comedia alienígena da mucha más pena que risa. Caca, culo, pedo, pis, y aledaños, qué gracejo. Pero dinos Sigourney, ¿Cómo te dejaste abducir? ¿Por qué consentiste en mancillar tu mítica frase? Jodidamente mala.

 

SINÉCDOQUE, NUEVA YORK de Charlie Kaufman (2008)

La del gran guionista Charlie Kaufman es una película compleja, difícil, una experiencia narrativa ambiciosísima capaz de exasperar y fascinar a partes iguales, pero cuya alambicada estructura interna cumple perfectamente con el objetivo propuesto e intuido desde las primeras imágenes: ofrecer una visión penetrante, profunda, misteriosa y poética acerca de la naturaleza humana, el significado de la misma y, aun más, algunas de las estrategias psicológicas que todos utilizamos para lidiar con el insoslayable vacío de la cotidianeidad, la insoportable levedad del ser, o dicho de otra forma, y citando el título del famoso libro de Steiner, explorar a tumba abierta “los guiones que vivimos” dentro de un espacio metonímico (el título es bien significativo al respecto) y mediante estrategias metaficcionales a través de las cuales queden al descubierto los propios mecanismos de creación de la obra y la configuración laberíntica de la existencia interpersonal. Como cualquier espectador bien pudiera y ha de suponer, tal intento no resulta en absoluto sencillo, y le exigirá una atención continua y plena para transitar con aprovechamiento semejante arquitectura, plagada de indicios y plegada sobre sí misma, hasta desembocar en un regalo maravilloso, que compensará con creces el esfuerzo empleado, sin duda la prez merecidamente adquirida por haber sido parte integrante de una representación cinematográfica que a la postre le interpelará directamente como intercambiable protagonista de la historia. Inclasificable y extraordinaria, tal vez la película que le habría gustado dirigir a Thomas Pynchon de haberse colocado tras la cámara.

 

LOS BUDDENBROOK de Heinrich Breloer (2008)

¿Sacrilegio? Bueno, yo no diría tanto, pero no cabe duda de que: a) la película acaba siendo, dentro de su excelente ambientación de época, una aproximación superficial construida a base de extraer “piezas” narrativas procedentes de su literaria fuente de inspiración, pero sin ningún orden ni concierto, al modo como un buscador de oro inexperto sumergiría su batea en un río de cuya riqueza áurea oyó hablar alguna vez, y b) olvida capturar mediante la posterior composición del montaje el auténtico espíritu que anima la monumental obra maestra escrita por Thomas Mann, dejando de lado sus mejores y más logradas profundidades y sutilezas para acabar centrándose en una sucesión de acontecimientos que no por más significativos resultan menos anodinos y, a la postre -y esto sí es pecado gravísimo viniendo de donde se viene-, insustanciales. No puede abordarse la adaptación de un clásico inmortal de la Literatura sin el necesario talento para hacerlo; solo en tal caso la arriesgada empresa tiene visos de conseguir su dificultoso objetivo y crear entonces, de hacerlo, no una copia (las adaptaciones excesivamente encorsetadas o temerosas siempre son fallidas) sino todo lo contrario, una nueva obra de arte dentro de un lenguaje diferente y en algún sentido, también complementario. Es el caso de dos ilustres y conocidos ejemplos, la maravillosa adaptación llevada a cabo por Stephen Frears de “Las amistades peligrosas” de Choderlos de Laclos, y sobre todo la magistral e insuperable realizada por Martin Scorsese a partir de la excelsa novela de Edith Wharton, “La edad de la inocencia”, donde el resultado final es tan sublime que se pone a la altura de la obra literaria original, y ello, por supuesto, habiendo introducido su propia narrativa y mecanismos propiamente cinematográficos. No es, desde luego, el caso de esta fallida adaptación de “Los Buddenbrook”, una novela grandiosa, eximia, fundamental dentro de la creación de uno de los mayores genios de la escritura de todos los tiempos, y que por desgracia, o por suerte, continúa demandando una adaptación que le haga justicia.

 

EL CUERPO de Oriol Paulo (2012)

El cuerpo que se te queda al ver esta película no lo definiríamos como, digamos, completamente saciado, pero sí en buena media satisfecho, y la culpa no la tienen desde luego ni el principio prometedor ni el desarrollo trufado de apuntes interesantes y tropiezos realmente bochornosos, que los hay, sino el sorpresivo y duro desenlace donde la película juega sus mejores bazas y sale airosa gracias sobre todo a la gran interpretación de José Coronado, entregado plenamente a las sombras de su jugoso personaje. El director debutaba con este proyecto y se ha ganado con merecimiento que le sigamos con interés en sus próximos trabajos.

 

THE LAST DAYS OF DISCO de Whit Stillman (1998)

Si hay algo que también enorgullece sobremanera a un amante del séptimo vicio -si no me creen, pregunten por ahí-, es indudablemente la serie interminable de bodrios, bazofias, espantos, atentados visuales y demás morralla infumable, vista o entrevista a lo largo de infinitas sesiones de sillón. Esta cosa penosa, lamentable, ridícula y un tanto o un mucho idiota, merece entrar a formar parte de mi lista de forma directa, y hasta probablemente llegar a ocupar uno de los lugares de indudable privilegio. ¿Puede, acaso, filmarse de una forma tan precaria y superficial, contando con una dirección de actores completamente desorientada, con un guión plano, estulto, y a la par realizando uno de los montajes que mayor vergüenza pudiera uno concebir en sus momentos de mayor resentimiento contra el espectador? Claro que se puede, y he aquí la muestra palpable de lo que afirmo, un subproducto nefando que conviene desvincular cuanto antes de cualquier análisis mínimamente interesante acerca del fenómeno sociológico de la música Disco, y enviar con celeridad al espacio exterior acompañado, por supuesto, de sus impresentables perpetradores para que nadie jamás alberque siquiera la idea de rescatar sus vacuas imágenes. Aunque, bien pensado, ¿qué mejor que este abominable contraejemplo cinematográfico para enseñar a las nuevas generaciones la diferencia que existe (y existirá siempre) entre hacer cine de verdad y, por contraste, juntar imágenes inconexas dentro de un sindiós amorfo desprovisto de emoción o sentido? Desde este pedagógico planteamiento, la ominosa cinta resultaría poco menos que imprescindible.

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