FILMOLITOS (V)
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FILMOLITOS (V)

Nanocriticismo de película.

21 nov 2009

Trilogía de Apu de Satyajit Ray (1955). Mi más efusiva y ferviente admiración para una de las mejores trilogías de toda la historia del cine. Hasta hace muy poco no se encontraba editada en nuestro país, pero ahora contáis con una edición muy potente en estuche metálico que además salvaguarda para bien la necesaria economía del espacio hogareño. Concretamente la primera de las tres, Pather Panchali (La canción del camino), es una obra maestra absoluta. Completan las excepcionales Apajarito (El invencible) y Apu Sansar (El mundo de Apu). Conviene tener al trilogía, atesorarla y verla por supuesto más de una vez. Para el maestro Kurosawa no haber visto el cine de Satyajit Ray era como haber pasado por la vida sin ver el Sol o la Luna. Igual no es para tanto pero anda cerca. Un pecado perderse este delicioso manjar.

 

Tierras de penumbra de Richard Attenborough (1993). A veces el cine nos regala una joya inconmensurable, una película que habla de amor, dolor, madurez, fe, razón, prejuicio, crecimiento personal, sufrimiento, muerte y vida, y lo hace sin atisbo de sentimentalismo alguno y sin otorgar concesiones ni soluciones fáciles al espectador inteligente, que agradece profundamente esta sabiduría traducida en bellas imágenes, punzantes diálogos y poderosos silencios, todo ello al servicio del conocimiento profundo acerca de cómo podemos y debemos afrontar el sentido del amor y de nuestra existencia. Esto y no otra cosa es esa maravilla imperecedera basada en la vida del escritor C. S. Lewis (Las crónicas de Narnia), donde se nos narra con una sensibilidad exquisita, amén de un conocimiento portentoso sobre los laberintos más intrincados de la naturaleza humana, la relación que el escritor mantuvo con la poetisa norteamericana Joy Gresham. Ambos personajes son encarnados de forma soberbia por Anthony Hopkins y Debra Winger, en un trabajo que nos arrebata, nos conmueve, nos emociona, nos zarandea, nos ilumina y nos convierte en más sabios y más humanos tras haber atravesado con ambos la durísima experiencia que se refleja a través de su hermosa y dolorosa historia. IMPRESCINDIBLE.

 

Stanley Kubrick: Eyes Wide Shut (1999). Basada en la inmortal novela de Arthur Schnitzler (autor, por cierto, predilecto de Freud), cuyo título "Relato soñado" ya comienza a mostrarnos desde qué coordenadas hemos de abordar la comprensión de esta subyugante historia., la adaptación de Kubrick traslada el escenario vienés de principios del XX a un mundo más actual y reconocible, lo que no modifica en absoluto el planteamiento básico: la exploración de la imagen fantaseada y directa o indirectamente asociada a las pulsiones que encuentran en ella un terreno abonado para su realización imaginaria. Se trata más bien de una cartografía a medio camino entro lo real y lo imaginario, una zona de indeterminación onírica donde contextualizar una historia directamente atravesada por las sombras de lo inconsciente. Alice es una mujer felizmente casada con el doctor William (enorme Tom Cruise) que en un momento de sinceridad desafiante le lanza este provocador interrogante a su esposo: ¿crees en serio que el deseo puede satisfacerse completamente y sin fisuras dentro de la realidad que tomamos por única y definitiva? A partir de ese momento el doctor William emprenderá un sombrío descenso a los infiernos de sus auténticos temores, precisamente aquellos deseos que en la caldera de su inconsciente pugnan por salir y expresarse. Kubrick sabe revestir el trayecto existencial de los personajes con los ropajes de una investigación criminal que desemboca para ambos en la misma renuncia autoconsciente al conocimiento absoluto. Las máscaras desaparecen entonces, y la angustia experimentada por los dos cónyuges al explicitar unos deseos desconocidos por ellos mismos hasta ese instante (el sueño de monstruosa promiscuidad de Kidman o el voyeurismo perverso de Cruise) concluye en la aceptación dolorosa de una realidad imaginaria, fantasmática, pero al fin y al cabo fáctica y determinante para las acciones de ambos y, sobre todo, con la decisión de mantener a raya ese mundo oscuro que de expresarse abiertamente les llevaría inexorablemente hacia la destrucción de su matrimonio y hasta de sí mismos. Por eso la realidad de la vigilia no es todo lo real y asimismo la realidad también se haya en el mismo núcleo del sueño. La coda no puede ser más apropiada: a partir de ahora será obligado cerrar los ojos de par en par. Cine tenso, profundo, enigmático y vibrante bajo un formalismo frío de obsesiva perfección. La esencia de Kubrick destilada en sabiduría incuestionable. Excelsa.

 

My Blueberry nights de Wong Kar-wai (2008). El afamado director honkonés es un prodigioso esteta capaz de vehiculizar emociones profundas a través de una puesta en escena extremadamente cuidadosa y detallista, siempre acompañada por una banda sonora que acentúa determinados gestos, miradas, formas de caminar, sutiles movimientos con el fin de entablar relaciones subterráneas de una complejidad que apabulla. De acuerdo, no se aproxima a las alturas infranqueables escaladas por "In the mood for love" pero la nueva incursión del maestro en un universo cultural alejado de sus referencias en absoluto defrauda porque sus esquemas narrativos siguen intactos.

 

Ethan Coen y Joel Coen: El gran Lebowski (1998). Hilarante, surreal, desternillante e irónica comedia negra de esos genios que responden al membrete de "hermanos Coen", un tándem genial capaz de hacer reír como nadie sin perder por ello su personalidad cinematográfica al aplicar su especial mirada, esa que distorsiona y deconstruye para revelar aspectos insospechados y ocultos dentro de la realidad más insufrible y cotidiana. Paradojas manejadas con acierto, ritmo endiablado, un guión lleno de sorpresas, personajes memorables (el "Quintana" de Turturro o el "Walter" de Goodman son antológicos) y una interpretación insuperable del gran Jeff Bridges convierten este film en una verdadera joya del humor incisivo e irreverente. Muy Buena.

 

Le llaman Bodhi de Kathryn Bigelow (1991). Sírvanos de merecido homenaje al actor Patrick Swayze. Él es lo mejor de la cinta, comandando un grupo de atracadores anarcosurfistas que dan los golpes disfrazados de ex presidentes de los EEUU. Con escenas tensas y muy bien rodadas, la dialéctica entre Keanu Reeves y Swayze hace saltar chispas hasta desembocar en un final ambiguo y triste. Nunca el Zen resultó tan violento.

 

El Padrino II de Francis Ford Coppola (1974).¿Quién dijo que la tragedia griega no era actual? Coppola inserta su cámara dentro de un universo turbio repleto de muerte y fatalidad, todo para ofrecernos uno de los finales más estremecedores y poderosos jamás filmados. Una obra violenta y amarga. Una Obra Maestra.

 

Sin Perdón de Clint Eastwood (1992). Sombría, densa, compleja, inabarcable y amarga desmitificación de unos héroes venidos a menos y que (sobre-con-mal)viven bajo el imponderable signo de la violencia. William Munny es un personaje profundamente contradictorio, amoral en cierto sentido, cuyo paradójico camino de redención en realidad no lo es tanto, puesto que habrá de asesinar de nuevo a inocentes al precio de enfrentarse a todos sus demonios interiores, dormidos, reprimidos, contenidos, pero en absoluto eliminados. Mucho más que una Obra Maestra. Una de las 10 mejores películas de la historia del cine.

 

Heat de Michael Mann (1995). Cada vez más dejando de ser una obra maestra para ir convirtiéndose con paso firme en clásico indiscutible. Heat bebe de los clásicos del género y los recompone para regalarnos un thriller policiaco-existencial de factura impecable y contenido absorbente. El gran Michael Mann comprende a sus criaturas y nos las muestra con una mirada lúcida y entomológica, hasta conducirnos junto a ellas hacia la confrontación final con el otro lado del espejo: la propia Sombra que a todos nos aguarda. Pacino y De Niro también nos regalan una conversación mítica. Memorable en todos los aspectos.

 

La eternidad y un día de Theo Angelopoulos (1998). El maestro griego diserta acerca de poesía y muerte, y para ello sitúa a su personaje protagonista dentro de un espacio ensoñado pero muy real, habitante de una realidad terminal y una memoria difuminada por las nieblas del Tiempo. Cuando el cine tiende hacia el Arte, puede surgir como un milagro esa imagen capaz de concentrar en sí misma el eterno y fugaz destello de un poema: la intuición de que hemos tocado algo más allá de lo imaginario, algo profundamente verdadero y real. Este es el caso.

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