EN TIERRA HOSTIL de Kathryn Bigelow
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EN TIERRA HOSTIL de Kathryn Bigelow

Bigelow firma una obra poderosa y adrenalínica que bucea sin complejos en el horror y el vacío detonados por la pesadilla de la guerra.

16 abr 2010


En tierra hostil - The Hurt Locker - War is a drug

La guerra es como una actriz que va envejeciendo. Es cada vez menos fotogénica y cada vez más peligrosa.

[ Robert Capa, corresponsal gráfico de guerra ]

 

El ímpetu de la batalla es una potente y muy a menudo letal adicción, pues la guerra es una droga.

[ Chris Hedges, corresponsal de guerra ]

 

Para comentar en profundidad y no traicionar el verdadero espíritu que anima la excelente película de Kathryn Bigelow, conviene tener muy presente la evidencia que se nos impone tras su visionado, salvo que por razones menos transparentes se trate de negar tendenciosamente su contenido. No se trataría de un filme bélico, con ribetes sociales y políticos, sobre una determinada guerra; sí ha de ser considerada en cambio como una película bélica que ensaya acerca de la Guerra (cualquiera) y algunas de sus peores consecuencias existenciales en la práctica totalidad de sus oficiantes, focalizando el resorte en un escuadrón de desactivadores de bombas. Si esto no se tiene meriadanamente claro, que ésta es su auténtica línea axial, entonces pasarán desapercibidos los aspectos más centrales, definitorios y apreciables de la que voluntariamente se presenta como una cinta modesta, sin elevado presupuesto, contando con rostros poco conocidos del gran público y dos estrellas en apariciones fugaces, carente de explícitas pretensiones moralizantes (lo cual es siempre de agradecer), y que sin embargo, de todas estas aparentes carencias, pues tales no son, consigue extraer algunas de sus mejores virtudes, que son numerosas: haber logrado ofrecer un tenso y vibrante espectáculo visual apoyado en una dirección eléctrica, apuntalado con un montaje de trepidación que dosifica perfectamente tiempos y planos, pero que, amén de su inteligente utilización con fines "básicos" para neutralizar la insidiosa acidez ideológica, en ningún momento eclipsa aquello que se quiere contar -inconveniente muy llamativo por ejemplo en el último trabajo de Greengrass ambientado en el mismo escenario-, y por eso sabe mantenerse supeditado al desarrollo de un argumento de "cuenta atrás", muy bien construido y que crece en complejidad e intensidad dramática a medida que se van sucediendo los diferentes episodios de la trama.

 

En tierra hostil

 

Pues bien, convengamos entonces en que la de Bigelow es una arriesgada propuesta (en absoluto belicista) cuya acción se sitúa en la Guerra de Iraq pero que no se interroga sobre las causas o la legitimidad de esa ocupación (la mayoría estaríamos de acuerdo en su carácter perverso e ilegal) porque de lo que realmente habla es de otra cosa: la Guerra como infección letal, una adicción mortífera para muchos de esos hombres (aquí es un grupo especial de artificieros el elegido) que exponen su vida a diario a sabiendas del riesgo que conlleva su trabajo, puesto que cada misión puede muy bien ser la última para cada uno de ellos. La hipótesis es que en algunos de esos miembros, posiblemente los más cualificados para sobrevivir dentro de ese brutal infierno, esa incertidumbre constante acaba por transformarse en un verdadero "enganche" al peligro, otorgando un oscuro significado a una actividad que indudablemente expone a los que la ejercen frente a un abismo de crueldad y sinsentido. Para que la estrategia funcione, para que esta lógica demoníaca cobre apariencia de normalidad y termine por adquirir tintes de "oficio" soportable, todo ello ha de insertarse a presión dentro de unos códigos testosterónicos de inflamada masculinidad que funcionan a guisa de esclusa pulsional: taponando y canalizando angustia, abriendo y cerrando la compuerta para facilitar descargas violentas y mantener controlado, en la medida de lo posible, un oscuro placer que puede terminar desembocando en la propia aniquilación. Esa dimensión de goce incontrolable, de ser apresado por una dimensión ominosa que llevaría al artificiero a exponerse mucho más allá de lo razonable, hasta el punto de rozar el suicidio, está muy presente en la película y es una de las razones que explican el poder de fascinación que ejerce sobre el espectador y lo perturbadora que puede llegar a resultar en algunos momentos del metraje, y pienso especialmente en la magnífica secuencia de la desactivación de las bombas situadas en el maletero de un desvencijado vehículo que resuelve a su favor el sargento James. Bigelow, de forma admirable, sin énfasis ni subrayados innecesarios, articula extraordinariamente todos estos elementos y los sitúa además en un entorno marcadamente hostil a los ocupantes, acentuando la sensación de estar en un territorio radicalmente extraño donde los propios signos carecen de anclaje en una realidad deshecha. La odisea es exterior, por supuesto, pero para los protagonistas de esta cruda historia también la destrucción se opera en su espacio interno, reflejo claustrofóbico de una geografía devastada. Me parece muy significativa al respecto la silenciosa escena en que el protagonista (magnífico Jeremy Renner en su mejor trabajo hasta la fecha) acaba completamente replegado sobre sí colocándose el casco protector cuando cae abatido sobre la cama. El tándem formado por la directora y el guionista Mark Boal (no olvidemos que sus relatos sobre el terreno son la base real de la historia) no ha descuidado en absoluto el tratamiento caracterológico de su personaje principal, un hombre áspero, desafiante, hermético, opaco, inconsciente de sus propias motivaciones más profundas pero lo suficientemente lúcido como para saber que en cierto sentido ya ha fallecido por dentro, y que sólo paradójicamente la proximidad acechante de la muerte física parece hacerle recuperar algo del hálito vital perdido. Su conmovedora confesión a su hijo pequeño así lo pone de manifiesto, lo que también le sirve para entenderse y seguir ocultándose al mismo tiempo, pues su propia ficción transmite toda su verdad emocional, pero no toda la verdad, pues permanece una especie de resto enigmático refractario a toda conclusión cerrada o reducción definitiva. Y ahí entra precisamente el título real de la película, que nada tiene que ver con la traducción (y traición) al que se le ha sometido aquí, "The Hurt Locker", algo así como el baúl del dolor, el recipiente donde el desactivador de bombas almacena componentes de todas aquellas cuya detonación ha logrado conjurar, almacenando las huellas evocadoras de un sufrimiento y una violencia que escapan a su comprensión pero de los que oscuramente depende. La voluntad analítica e introspectiva de la cinta queda así remarcada desde su presentación, tratando en consecuencia de ofrecer un escenario que en ocasiones roza la abstracción (genérico y válido para cualquier guerra, lo que nos remite a un similar intento, el emprendido con inferiores resultados por Sam Mendes en "Jarhead") en busca precisamente de una experiencia psicológica al límite, genuinamente singular y de muy difícil comunicación.

 

En Tierra hostil

 

Los absurdos reproches vertidos injustamente por cierta parte de la crítica alegando su falta de implicación moral con las víctimas no son de recibo desde esta perspectiva de análisis, la que de verdad propone y requiere la película, pues en ningún caso establece explícitamente un discurso maniqueo en el que puedan ser identificables e identificados "buenos y malos" con bandos en abierta confrontación; al contrario, Bigelow se esfuerza por hacer el combate mucho más difuso, confuso, inarticulado e inespecífico, presentando al enemigo como radicalmente (y estructuralmente) indescifrable desde los códigos propios, siempre susceptible de sufrir una interpretación errónea, falsa o inadecuada al tener que colocar necesariamente sobre él los propios temores y fantasmas, y sin pasar por alto tampoco el continuo desconcierto paranoico generado por una sensación de amenaza perpetua que se pega a la conciencia como una segunda piel. Si uno pretende ver esta película con anteojeras ideológicas y desea que se adapte a sus propios presupuestos de partida, sean éstos todo lo correctos que se quiera desde un punto de vista ético, no entenderá mucho de lo que aquí se dirime o en el mejor de los casos, se quedará con una impresión excesivamente sesgada. El cine es el lenguaje de las imágenes y afortunadamente no se deja encajonar por ideas o discursos preconcebidos. Incluso el cine de tesis esconde una irreductible ambigüedad que acabaría por transformar con el paso del tiempo una serie de películas en algo completamente diferente a la idea inicial utilizada como marco propulsor, de ahí su riqueza inagotable. La de Bigelow hace voto de renuncia a cualquier adscripción militante o ideario previo, y se propone narrar una dura historia -a mi juicio lo consigue con absoluto acierto- utilizando para ello una forma muy particular de rodar, pulsando algunas convenciones del cine independiente y combinándolas con otras provenientes del género de acción, en el que tan bien y con tan excelentes resultados siempre se ha desenvuelto la cineasta. Se puede inyectar a sus poderosas imágenes cualquier sentido que se desee o se nos ocurra, desde luego, pero olvidarse deliberadamente de la espesura psicológica y existencial reflejada en la cinta por motivos extracinematográficos es, como poco, un acto de iniquidad tan incomprensible como injustificable que jamás debería hacer dudar de la auténtica calidad de la obra. Además, ¿qué mejor carta de presentación que haber molestado por igual a determinada progresía miope y el propio ejército norteamericano, del que ha recibido algún que otro exabrupto?

 

En tierra hostil

 

Concluyo, pues, en completa asonancia con el comienzo, afirmando con rotundidad que se trata de una excelente película, y que por supuesto cuenta en su haber con numerosos y prestigiosos premios internacionales, merecidísimos todos ellos, reconociendo con sumo acierto su enorme valor cinematográfico y su indudable calidad narrativa. Su gran triunfo en la entrega anual de los Oscar de Hollywood nos hizo recuperar la sonrisa al ver cómo por fin lograba imponerse el gran cine, superando todo tipo de obstáculos y avatares. No es lo habitual, pero de vez en cuando ocurre. Parafraseando al crítico musical y ensayista Alex Ross, el cine también "debe ser un lugar en el que nuestras expectativas se hagan añicos", y por suerte Kathryn Bigelow, primera mujer que gana la estatuilla concedida al mejor director del año, ha hecho estallar unas cuantas delante de nuestras propias narices.

Autor: Adrián Martínez Buleo

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