El Danubio Azul
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El Danubio Azul

Las melodías luminosas de "El Bello Danubio Azul" son siempre, hoy como ayer, rayos de alegría para quienes aman la música...

13 may 2006

En la avenida Prater N° 54, de Viena, nació en 1867 una bella melodía. Su padre la bautizó con el nombre de "El Bello Danubio Azul", y bañándola en la fuente de Juvencia musical la convirtió, sin saber, en un evangelio de la alegría de vivir. Sin embargo, su presentación en la sociedad vienesa no fue muy afortunada.

Pero sí lo fue en París, a donde su padre la llevó poco después, acompañada de una corte de cien bien afinados músicos. Su éxito fue instantáneo. En la Ciudad-Luz, donde lo extranjero encuentra difícil aceptación, su hechizo pulverizó la resistencia natural parisiense, lanzándola al espacio voluptuoso de un ensueño feliz. De regreso a sus lares, fue reevaluada y aclamada con entusiasmo de locura. No tardó en convertirse en una suerte de himno nacional, y de ahí en un cantar de gesta universal.

Mientras que el emperador Francisco José reinaba monárquicamente sobre su imperio austro-húngaro, el joven Johann Strauss reinaba sobre el suyo melódicamente. Todo aquello que el soberano no lograba alcanzar en su reino multirracial, lo lograba el excelso compositor con su genio musical en un compás de tres por cuatro.

Sus primeras composiciones fueron alegres, bulliciosas. Más tarde, en el transcurso de su madurez creadora, aquellas se definieron en profundidad de ideas y en una natural inspiración; se convirtieron en sinfonías danzantes, caracterizadas por una indescriptible vena melódica, un refinamiento armónico y una orquestación genial. Con notas y compases, la música narraba tímidos galanteos, súbitos enamoramientos, felicidades alcanzadas, esperanzas amorosas, enojos pasajeros y melancolías súbitamente evaporadas. Era buena para todos, sin distinción de gustos ni de clase, porque armonizaba simbólicamente todo aquello que significaba belleza y juventud; un deleite que arrebataba a las parejas apretadas por la fuerza centrífuga de las mil y una vueltas de la danza sin final.

En una bacanal de valses, el joven Johann tejía armónicamente la trilogía sutil de "vino mujeres y canciones" con temática inspiración. Sus notas eran próstinas y ágilmente barrocas, lanzadas en un raudo vuelo hacia un infinito sentimental. Este prodigio andante musical fue un inventor de música popular, porque tuvo el genio de convertir en inmoratal la música del pueblo. Los más serios y renombrados compositores contemporáneos apreciaron su producción y la consideraron digna de ser presentada en conciertos sinfónicos, debido a su intrínseco y auténtico valor musical.

Su gloria fue el Bello Danubio Azul.

Fue en 1867 y a petición del maestro Herbeck, director del coro de la Sociedad Coral Masculina de Viena, que Strauss creó la partitura para un vals coreado (su Op. 314), que expresara en su música y en su letra el alma vienesa y que se estrenaría en un concierto de gala a realizarse con motivo de la firma del tratado de paz entre Austria y Prusia. Debido a los sosos versos escritos por un poeta ya olvidado, este vals no tuvo inicialmente una buena acogida y hasta su música estuvo a punto de ser olvidada. "No lo siento mucho por el vals--llegó a decir el genio--pero el pobre tenía una coda tan bonita y elaborada..."

En cierta ocasión Brahms autografió el abanico de la señora Strauss, escribiendo bajo los compases iniciales de este vals, las siguientes palabras: "Desgraciadamente no compuesto por Johannes Brahms".

El Danubio fue siempre para los vieneses un río lento y barroso: con Johann Strauss cambia de color y es aceptado universalmente con su nuevo tinte musical; hechizo conseguido con su varita de creador. Con su orquesta y su violín y sus músicos consumados, cantaba, con fugas y adagios, la historia de la ciudad imperial tan cargada de arpegios como sus fértiles viñedos. Las parejas se lanzaron a valsar con tanta locura, que las autoridades imperiales, perplejas y asustadas, lo prohibieron con un edicto oficial en marzo de 1875. Pero nadie podía prohibir lo que ya pertenecía a todos por derecho natural o inalienable, de fuerza o simple y llanamente de gusto.

La casa donde nació "El Bello Danubio Azul" sufrió también dócilmemte las transformaciones del tiempo. En su frente, como una merecida decoración, luce una modesta placa recordatoria que dice a ciertos transeúntes su nacimiento mundano. El portal de la casa es probablemente el mismo; la escalera que conduce a los pisos superiores es de una pobreza extremada; lo que fue el jardín, es hoy un taller mecánico y una pequeña playa de estacionamiento de automóviles. El piso bajo es ocupado por una tienda de pescados y productos afines, por un salón de belleza y un café típico vienés. Lo que permanece tal como era entonces es la iglesia de la acera opuesta y sus campanas dando todavía las horas fugaces. A corta distancia, hacia la derecha, se halla el famoso ´Prater", el tan renombrado parque de diversiones. Ambos en la actualidad, el parque y la vivienda del mismo nombre, son fieles exponentes estrepitosos de nuestra era mecánica. El primero, exhibiendo los juegos propios de esos lugares de entretenimiento, orgullosos además de poseer la rueda gigantesca más grande del mundo, y y la importante arteria, por su ruidoso e incesante tráfico, que no se detiene jamás.

De esa casa, cierta noche, mientras las campanas religiosamente cumplían con su misión de marcar la marcha del tiempo terrenal, del pensamiento inspirado saltó la chispa jovial y jubilosa que hoy como ayer llena de alegría a quienes aman la música.

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