Fin de función. Con el título copero que ha caído finalmente del lado sevillista, en un encuentro de alto voltaje marcado inicialmente por alguna desagradable circunstancia extra futbolística, pero que los jugadores de ambos equipos supieron conjurar adecuadamente para ofrecer un espectáculo vibrante en el que se impuso la dura praxis de un Sevilla que tras su tempranero gol renunció al ataque de forma descarada, dándole el balón a un Atlético que se hizo dueño y señor del centro del campo, manejó el juego hasta los límites de sus posibilidades técnicas, pero careció de la fortuna necesaria para haber empatado el encuentro, lo que sin duda le hubiera abierto las puertas del triunfo de par en par. No fue así. Agüero estuvo muy gris, y no fue la noche de Forlán, tampoco al de Reyes, voluntarioso y bregador constante, que no supo atinar con ese pase mágico que sí ha sabido buscar o encontrar (como sostenía Picasso, los genios suelen hacer lo segundo más que lo primero) en otros encuentros decisivos de la temporada.
De haber sido otorgada la victoria a los puntos, no cabe duda del resultado final: el púgil rojiblanco hubiera ganado por decisión unánime, pero esto es fútbol, y aquí el vencedor moral no cuenta, o cuenta sólo para las estadísticas, y si no me creen que se lo pregunten a Pelle, el conquistado. Lo que está claro es que el Atlético puede estar muy, muy orgulloso de la temporada que ha firmado, campeón de la Europa League y subcampeón de la Copa del Rey, a punto de lograr otro doblete histórico. Pero si algo nos quedará impreso en la retina surgido de esta intensa final, efectivamente no será la vergonzosa rehabilitación de Negredo para jugar el partido, la grotesca imagen del presidente sevillista o la impecable actuación de Navas durante todo el partido; no, lo que retendremos en la memoria es el comportamiento ejemplar de una afición que sigue siendo la mejor de España (por cierto, dejaron el himno unos segundos, se nota la proximidad de las elecciones, vamos avanzando), y que se quedó animando al equipo una vez finalizada la contienda, demostrando a propios y extraños la grandeza de un sentimiento más allá de cualquier determinación, contingencia o resultado. Felicidades, pues, para la afición atlética por el amor incondicional que manifestó hacia un conjunto de hombres que pusieron todo de sí mismos para lograr una gesta cuyo logro tan sólo el mal fario se encargó de impedir.
Por lo demás, sin novedades importantes, salvo el fichaje multimillonario de Villa por el Barcelona y las oscuras elucubraciones del Madrid de cara a plantear una próxima temporada llena de dudas e incertidumbres. ¿Vendrá Mou finalmente? ¿Cuáles serán los refuerzos? ¿Habrá proyecto o improvisación? ¿Nos quedaremos otro año más en blanco? Por el momento sigamos disfrutando de las imágenes que la gran fiesta del fútbol que tuvimos oportunidad de contemplar anoche. Una lección rojiblanca.
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