EL MADRID BOQUEA EN SU ESTADIO Y DESPIDE CON DISCRECIÓN A GUTI

Podemos preguntarnos por qué el fútbol arrastra masas de seguidores y levanta incontenibles pasiones entre cientos de aficionados que lo sienten como algo propio y sin cuyo dominical concurso es muy probable que sus vidas perdieran algo de sentido. Bien, una de las posibles respuestas la encontramos en lo sucedido a lo largo de la pasada jornada, donde lejos de concluirse problemáticas abiertas, lo que ha ocurrido es más bien todo lo contrario: queda por decidir el campeón, los descendidos y aquellos que accederán a puestos que dan derecho a disputas europeas. Difícil de pronosticar el resultado final, aunque las cosas no pintan nada bien para el Real Madrid. Su partido frente al Athletic fue más de lo mismo, inoperancia durante la primera mitad y reactivación durante los segundos cuarenta y cinco, aferrándose como siempre al factor CR y solventando el compromiso en espasmódicos machetazos, no sin antes haber tragado saliva viendo como el rival empataba con diez jugadores y ponía las cosas muy difíciles a los desorientados “pellegrinos”. Todos los goles, excepto el del mejor jugador en activo, fueron una perfecta ejemplificación del principio físico de acción-reacción, pues pareció en todo momento que la tímida, y a la postre amenazante para el equipo azulgrana, reacción materializada por los sevillistas (perdía por un contundente tres a cero) era condición indispensable para activar el necesario resorte capaz de enchufar al Madrid a la dinámica interna de un encuentro anodino, encuentro que, por ende, disputaba con suma desgana y sin convencimiento en la victoria final. Tras los noventa minutos todo seguía como al principio, situados a un punto del Barcelona y esperando un milagro que a punto estuvo de producirse en el Sánchez Pizjuán, el mismo que sin duda va a requerirse para ganar un campeonato de Liga que ya se ha puesto prácticamente imposible.

Al menos nos quedará la certeza a los madridistas, se consiga o no el título (tiene bemoles depender para ello del autobús que pueda aparcar en la portería un entrenador, permítaseme la broma, tan poco dado a la clemencia), de tener la base, pero sólo la base, sobre la que poder construir con tiempo y paciencia, con criterio y conocimiento, un equipo sólido para albergar esperanzas de cara a recuperar un prestigio europeo muy maltratado, casi perdido. Tenemos un líder natural, un jugador estratosférico que otorga la energía necesaria sobre la que articular un proyecto a largo plazo alrededor del trabajo y del talento, con un técnico de verdad a los mandos de la nave, sin sufrir interferencias por parte de otras instancias del club. ¿Podrá hacerse? Nadie lo sabe, pero de que se haga bien o mal, con precipitación o acierto, dependerá que el Madrid retome la línea ganadora que siempre le ha caracterizado y recupere un estilo definido de juego, una personalidad propia. Si para ello es preciso plantearse nuevas estrategias, inventar nuevos recorridos, realizar otras cartografías, diseñar una navegación más arriesgada que permita avanzar a bordadas y en zigzag en lugar de fijar un único rumbo directo, pues habrá que hacerlo, y cuanto antes se empiece a asumir el reto, mejor. Llegó la hora de chapear sin excesiva conmiseración, deshacerse del bagazo, beldar aprovechando los nuevos aires renovadores, cosechar partiendo de maquinaria contrastada, y promover la siembra de nuevos talentos dentro del mismo terreno abonado. De ello depende que el cielo que ahora contemplamos, enfoscado y desabrido, se abra poco a poco ante nuestra impaciente mirada para dejar entrar levemente primero, luego con mayor amplitud y frecuencia, los escasos pálidos rayos que acabarán por convertirse en relucientes y numerosas columnas blancas con las que comenzar a edificar un nuevo templo de luz.