Anoche Camacho pasó de vociferante sudoroso a convertirse en sudorífico ungüento, alterando el equilibrio hormonal de la parroquia blanca y poniendo de nuevo en evidencia la falta de personalidad, y otras no menos considerables carencias, del entrenador (esperamos que por poco tiempo) del R. (de Ronaldo) Madrid. Su repaso fue monumental, apoteósico, ejemplarizante, puede que hasta pedagógico para el técnico merengue, y solamente el desacierto de Massoud evitó que a las nueve de la noche el Barcelona pudiera definitivamente cantar el alirón, dando por cerrada esta liga de remarcado acento bipolar. Bueno, eso y CRISTIANO, por supuesto, un jugador estratosférico, el mejor en activo, capaz de tirar del equipo en los momentos más enmarañados del encuentro y ofrecer soluciones creativas a todo aquello que dentro del rectángulo parece imposible de ventilar. Su primer gol es una obra de arte, con una finalización práctica que convierte en aparentemente sencillo lo casi inabordable para la mayor parte de los jugadores de primer nivel. Su segundo tanto, el que devuelve opciones (mínimas, pero opciones al fin y al cabo) de cara al triunfo final, vino precedido por un preciso centro de Higuaín, desaparecido durante todo el partido (qué desesperante puede llegar a resultar el juego de este hombre durante demasiados minutos), que el portento remató con un ímpetu furioso, haciendo tambalear hasta los propios cimientos del marco. Poder, furia, impulso, calidad máxima, empuje y lucha infatigable, todo eso y más aporta este extraordinario jugador a quien, repito, habrá que hacer no uno sino varios monumentos si el Madrid logra finalmente hacerse con un título que se le ha puesto realmente muy cuesta arriba.
Si nos atenemos a la claridad del resultado obtenido, el asperjador Barcelona pareció no acusar en exceso su reciente eliminación europea a manos del exasperante Mou (5 estrellas), llevado en volandas por un Xavi tocado, y esto a pesar de surreales decisiones arbitrarias que no empañaron una victoria que denota una superioridad insultante frente a un rival muy inferior, como sin duda lo fue el voluntarioso Villarreal. Así las cosas, al Madrid sólo le queda encomendarse a su dios particular (San Cristiano) y esperar el milagro en forma de empate barcelonista, no sin antes haber solventado la cellisca que se le está preparando para cuando comience a rodar el balón en terreno mallorquinista.
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